Observaciones sobre el Informe del CE del PCE(m-l) titulado «Algunos problemas de la situación actual»

por Lorenzo Peña

20-10-1990


Sumario

  1. Necesidad de ver las cosas sin caer en simplificaciones
  2. Defensa y ataque
  3. Partido único y temas similares
  4. El bloque soviético y el mito Castro
  5. Dos palabras sobre el Tercer Mundo
  6. Un nuevo estilo


Paréceme que el Informe constituye un interesantísimo aporte a un debate serio y a fondo sobre problemas que se han hecho ineludibles; como con plena justeza lo dice el Informe, nada se gana pasándolos por alto y permitiendo así que la burguesía y las legiones de sus turiferarios sean los únicos en hablar de ellos para apuntalar sus propias posiciones en su cruzada ideológica hoy triunfante. Hay que coger el toro por las astas. Y de nada sirve engañarse uno mismo alegando que con nosotros no va la cosa, que lo que pasa es asunto de los revisionistas. Creo que el Informe da un buen paso en tal dirección y plantea bastante certeramente una serie de cuestiones. Personalmente me siento de acuerdo con la mayor parte de lo que dice, si bien mi opinión en muchas de tales cuestiones es de escaso valor, dado que carezco de experiencia reciente y, por lo tanto, de conocimiento en torno a la situación del movimiento comunista y sus necesidades.

Con esa reserva en lo tocante a esa importante dimensión del asunto, que está subyacente en muchas de las afirmaciones del Informe, ofrezco las Observaciones que siguen por si algún aporte pueden hacer a la discusión.


1º.-- Necesidad de ver las cosas sin caer en simplificaciones

La cruzada ideológica de la burguesía ha de afrontarse con toda conciencia de la fuerza de los argumentos esgrimidos por los reaccionarios. Argumentos muchos de los cuales no son falsos, o por lo menos no enteramente falsos. Esto es muy importante porque (y luego volveré sobre ello) se puede llevar a cabo una campaña ideológica engañosa incluso esgrimiendo sólo afirmaciones que son verdadera, más o menos, que son verdades a medias, o quizá a cuartas, pero que, en cualquier caso, no son enteramente falsas. Basta con repetir esas semiverdades hasta la saciedad, ponerlas juntas o combinarlas hábilmente, o dosificarlas según convenga, y sobre todo omitir muchas otras verdades, muchos hechos que son más verdaderos, más reales. Pues bien, aunque sin duda la actual cruzada anticomunista abarca muchas cosas, y unas cuantas de ellas son groseras falsedades (como p.ej. las burdas pseudoestadísticas según las cuales Stalin habría matado a 20, 40 o hasta 80 millones de seres humanos --y aun en alguna de tales cifras hay verdad, sumando los muertos de la guerra civil, los de las hambres de los años 20, los de las colectivización, las purgas y la segunda GM; y hasta se podrían añadir los de la primera GM), en general, sin embargo, los alegatos reaccionarios están hechos mediante esa sabia combinación de semiverdades juiciosamente colocadas con omisiones oportunas.

Y es que las cosas no tienen una sola cara, sino muchas. Casi ninguna cuestión se contesta adecuada y verazmente con un simple «Sí» o con un mero «No», sino que, en general, las cosas son siempre más complicadas, en unos aspectos es más que no, en otros más no que , en otros a medias lo uno y lo otro. Justamente uno de los errores del pasado que hay que superar es la tendencia a simplificar las cosas en extremo, a pintar el mundo en blanco y negro. Pintarlo así juega muy malas pasadas, porque el mundo no es en blanco y negro. Como no lo es, por más que se empeñe uno en querer que lo sea, pintándolo así se verá uno forzado a redibujar cada mañana los perfiles, a ennegrecer una zona que había dejado en blanco o a blanquear una previamente juzgada negra. Mientras que, si está uno dispuesto a apreciar la realidad con mayor riqueza de matices y grados y aspectos, entonces ya no necesitarán ser brutales bandazos los retoques, que por supuesto hay que estar haciendo constantemente a nuestra visión de las cosas (porque cada día aprende uno algo nuevo y surge algo nuevo).

Y es que uno de los reproches más comunes contra el movimiento comunista, y en particular contra el llamado stalinismo, es eso de que se haya entregado con desenfado a reescribir oportunistamente la historia una y otra vez, con menoscabo de la verdad y sin siquiera en general reconocer el previo error y exponer qué nuevos argumentos se hayan encontrado para cambiar de punto de vista (o, alternativamente, haciéndose o imponiendo a los subordinados un harakiri).

A mí me parecen fundadas tales acusaciones. Sólo que de nuevo en eso hay que evitar la burda simplificación y la unilateralidad. En primer lugar, fenómenos de ésos se han dado muy a menudo en la historia del movimiento comunista, pero no tan sistemáticamente como afirman los ideólogos burgueses. En segundo lugar, tales prácticas no constituyen ninguna innovación del movimiento comunista, sino que son viejas como el mundo, y los políticos y propagandistas burgueses las emplean a diario con desenfado (un botón de muestra: mientras duró la guerra del Golfo, Sadam Juseín era un hombre político valioso, un buen estadista, digno de honores; hoy es un demonio; lo que ha cambiado es que, siendo como siempre ha sido un hombre de la burguesía nacional iraquí, interesaba a la política imperialista en esa guerra y ha dejado de interesarla después, pasando incluso a ser un peligro para la dominación occidental en el Oriente medio). Y, en tercer lugar y sobre todo, esas prácticas de reescritura tienen una raíz profunda, que es la mirada simplificadora que borra de un plumazo los grados y aspectos de las cosas, y que obliga entonces a rectificar sólo de esa manera exenta de matices. Ahora bien, esa mirada simplificadora es desde luego compartida por los ideólogos burgueses, y prueba de ello es su mismo anticomunismo, que no conoce el matiz, que ignora la complejidad de las cosas, que incurre en el maniqueísmo, sólo que en su dibujo la corte infernal es la de los comunistas.

Con una diferencia, además, y es que, si en el caso de los revolucionarios, cabe encontrar una cierta justificación, o una excusa por lo menos, a la simplificación maniquea, a la mirada blanquinegra, esa justificación no vale para la cruzada ideológica actual de la burguesía. Se comprende que los revolucionarios inmersos en una lucha que a menudo era a vida o muerte cayeran en esa actitud. Compréndese también que la burguesía lo hiciera, y desde su punto de vista era legítimo, hasta cierto punto. Lo que ya es menos excusable es que hoy polemicen con tanta parcialidad tantísimos periodistas, historiadores dizque desinteresados, autores de ensayos, artículos, discursos, cuando ya, al parecer, el comunismo está muerto (o moribundo), cuando en todo caso no parece uno, o no parecen esos autores, estar sometidos a la terrible presión de consideraciones prácticas inmediatas. La explicación, sin duda, es que ni la causa comunista está tan muerta ni ellos llevan su controversia anticomunista tan alejados como creen o quieren que se crea de consideraciones prácticas.

Pero señalar eso no ha de servir para desatender a lo otro, a la necesidad de evitar hasta donde se pueda en el futuro el caer en simplificaciones burdas de las cosas, simplificaciones que luego acaban volviéndose contra quienes las profesan, y acaban ofreciendo en bandeja un argumento excelente a la propaganda reaccionaria. Pocas acusaciones tan demoledoras contra una tendencia política como la de que simplifica burdamente las cosas y, en vez de rectificar ese error, acomoda constantemente la simplificación poniendo blanco donde había puesto negro y viceversa.

Además el proletariado actual, hasta muchas veces en los países del tercer mundo, tiene un nivel de cultura más alto y requiere explicaciones menos sucintas y unilaterales que en el pasado (aunque en el pasado, hay que reconocerlo, muchas veces las simplificaciones venían de la vanguardia, que a menudo era más dada a ellas en aras de un menor esfuerzo). Cierto es que ese proletariado comulga, así y todo, a menudo con lo que le cuentan por la TV, sin crítica. Pero no va a tragarse sin más una versión opuesta a esa que le cuentan por TV si no va acompañada de explicaciones, matizaciones y precisiones que eviten caer en la unilateralidad.

Cuando se percata uno plenamente de eso (que, así a simple vista, puede parecer una mera perogrullada), se entiende cómo es posible calumniar y desprestigiar a alguien o a una tendencia esgrimiendo sólo verdades (algunas de ellas verdades a medias). Frente a ataques así, lo que hay que hacer es reconstituir hasta donde quepa la totalidad de la historia y situar cada hecho en su contexto lo más pleno posible, denunciando los truncamientos y las unilateralidades. Pero siempre con afán de matizar las cosas, de mostrar cómo, a diferencia de la propaganda reaccionaria, uno es capaz de ver la realidad con una riqueza de matices, precisiones, aspectos muchísimo mayor. Y no hay que ceder a la increpación, que no dejará de llegar, de, «Bueno, bueno, palabras, pero a fin de cuentas ¿eso es de tal manera, sí o no?»; porque ahí está la trampa, el burdo encorsetamiento de la realidad. Si en general cupieran respuestas así de simples, lo que no se explicarían son los desacuerdos. Éstos se dan porque las cosas son siempre mucho más complicadas que cualquier esquema.


2º.-- Defensa y ataque

Hace muy bien el Informe en sacarles los trapos sucios a la socialdemocracia, con unos pocos botones de muestra de sus fechorías, crímenes y asesinatos. Hoy, con los comunistas que quedan a la defensiva, da la impresión de que los únicos que han matado gente en el mundo son precisamente los comunistas, y los demás han sido unos santos. Sobre todo la socialdemocracia, que es pacífica, amante de la legalidad y las buenas formas, muy vegetariana. Ser compara el comunismo con la socialdemocracia diciéndose que el primero es responsable de horrorosos sufrimientos, y la socialdemocracia sólo de no haber hecho la revolución, si es que eso fuera malo; que luego resulta no serlo en absoluto, porque ya vemos que la revolución trae horrores y, a la postre, nada bueno.

Yo creo que habría que hacer un folleto o librito bien documentado narrando los crímenes de la socialdemocracia. Con todo lo que se dice en el Informe, más muchas otras cosas: la actuación de las socialdemocracias en el poder en América Latina (Venezuela, Perú durante cierto tiempo, Costa Rica también durante algún tiempo, etc.): la miseria, el hambre, los sufrimientos espantosos de esos pueblos (que no ser asesina menos a alguien haciéndolo morir de hambre, de enfermedades y privaciones que con una bala; cuando hablan de Stalin no dejan de llevar cuenta, abultada, de quienes murieron por hambre u otras privaciones); la participación directa de la socialdemocracia en la sangrienta represión contra el pueblo congoleño (o «zairés») en 1964-5, con Spaak y los yanquis, y en 1977-8, ambas veces para apoyar al régimen reaccionario asesino hoy capitaneado por Mobutu; la represión contra Madagascar; la participación de la socialdemocracia en la guerra de Indochina; el apoyo de Alemania Occidental a Salazar y al final a Franco también. ¿A qué cifras llegaríamos sumando todo eso, los que murieron en la India inglesa por culpa de gobiernos de Londres con apoyo laborista, los que día a día mueren de hambre y privaciones por culpa de otros gobiernos capitalistas también con apoyo o participación socialista, los de la I GM, los que en la 2ª murieron también entre otras cosas por las política de la socialdemocracia, etc.?

Al argumento de que no se trata de pesar mis muertos y tus muertos, que el ideal comunista ha de ser tan puro que no entre en consideraciones comparativas, cabe replicar: por un lado, que de hecho se dan tales comparaciones, son inomitibles y hay que mirarlas cara a cara (que quienes dicen que no hay que hacerlas las hacen ellos mismos, pero no quieren que las hagan quienes no están de acuerdo con su punto de vista); por otro lado, que, aunque en sí ninguna comparación sea decisiva, como en efecto no lo es, las comparaciones son instructivas, suelen ser indicio de algo; y finalmente, que, con o sin comparación, de hecho resulta cierto que la socialdemocracia ha hecho todo eso y no es la inocente aunque acaso impotente figura que se nos quiere hacer creer.

Y pienso que hay que hacer eso sobre la socialdemocracia, y no en general sobre la burguesía y sus diversas fuerzas políticas, porque, por una parte, al atacar así a la socialdemocracia, se está ya atacando a toda la burguesía en general; y, por otra parte, de cara a la clase obrera y sectores progresistas es, evidentemente, la socialdemocracia la fuerza reaccionaria capaz de tener atractivo.

A mi juicio hay que hacer esto con mucha audacia, pues hoy lo peor sería dejarse acoquinar, manifestando un espíritu de defensiva, un como concederles a medias a los reaccionarios que está uno en el banquillo de los acusados con razón y sólo sabe tartamudear excusas de su propia actuación, cuando lo principal es que son ante todo los reaccionarios quienes tienen que rendir cuentas. Para deshinchar el triunfalismo reaccionario nada me parece más adecuado que acusarlo de lo que es verdad. Porque justamente ellos, usando y abusando del entretejimiento de verdades a medias con omisiones, quieren que queden en la sombra todos esos hechos, que palidezcan ante los crímenes mucho mayores de los comunistas. Quitarles hierro. Y la verdad es que hierro tienen y mucho.

Por otra parte, hay que saber autocriticarse y señalar qué cosas le parecen a uno mal de la experiencia del movimiento comunista. Pero hay que evitar caer en el harakiri o en un tipo de marchas atrás a destiempo en las que se vean, con razón o sin ella, retrocesos ante la presión burguesa, concesiones al demoliberalismo. La presente coyuntura es, si las hay, de las que requieren que la corrección de errores se haga en sentido opuesto a lo que suene bien a oídos burgueses. Me explico. Hay que recalcar, a mi modesto parecer, que el no haber sido suficientemente comunistas es lo que ha constituido la mayor lacra de las sociedades comunistas (yo prefiero llamarlas así, pues la palabra `socialismo' me parece inutilizable en el mundo occidental, aunque sea colocada en un contexto adecuado); que, sin pretender hoy fijar ningún proyecto detallado de lo que hará un partido revolucionario que pueda llegar al poder algún día, en nuestra visión de las cosas está claro que deberá ser, no menos, sino más comunista; más alejado de los mecanismos de economía de mercado, de las desigualdades retributivas, de los privilegios relativos de la intelectualidad, el funcionariado y los técnicos. Ahí les duele. Y, si les duele, es por algo.


3º.-- Partido único y temas similares

Ningún dirigente o teórico marxista ha dicho, que yo sepa, que debía de existir en la dictadura del proletariado un PU (partido único). Al revés, la idea de Lenin era la de que, en general, el movimiento revolucionario proletario heredaba, hacía suyas y continuaba todas las viejas reivindicaciones de libertad de la burguesía en su fase ascendente; sólo que con una doble matización, a saber: de un lado, ahora sería posible realizarlas de veras y no tan sobre el papel como son a menudo las libertades políticas bajo el capitalismo; y, en segundo lugar, en el caso de que ocasionalmente alguna de tales libertades entrara en conflicto con los intereses de la lucha revolucionaria del proletariado, entonces pasarían por delante esos intereses.

Sabemos que en la práctica no ha sido así, sino que son casi todas las libertades políticas las que han entrado juntas, al parecer, en conflicto con las necesidades de la consolidación del poder proletario y, por ende, han venido anuladas o restringidísimas. Hasta qué punto ello ha sido justificado o no, no creo que nadie sepa decirlo. Muchísimas cosas se hubieran podido evitar, ¿qué duda cabe?, pero cuántas de ellas, yo desde luego no tengo ni idea, ni creo que nadie la tenga. Todas no, a menos de renunciar a ese poder, con lo que supone tal renuncia, según se ve por lo sucedido en los países capitalistas. En Rusia fue imposible a los bolcheviques mantener la democracia por varias razones: los partidos no bolcheviques, salvo algunos eseristas de izquierda, se sublevaron; además, con elecciones de las llamadas libres los bolcheviques no hubieran conservado el poder, pues sólo los apoyaba una minoría de la población.

Quienes afirmen que la minoría debe someterse a la mayoría podrán alegar que, siendo ello así, no hubiera debido haber revolución bolchevique. El problema está en que, cuando la mayoría es partidaria de algo injusto y criminal, la minoría no siempre está obligada a someterse. La mayoría de la población quería hasta bien avanzado el siglo pasado la persistencia de la esclavitud, pero hoy pensamos que estaba justificado sublevarse contra ese estado de cosas. (Los esclavos de Haití sublevados contra la Francia napoleónica, ¿hubieran tenido la obligación moral de esperar a que la mayoría del pueblo francés se pronunciara a favor de su emancipación? ¿Tenían igualmente las masas de obreros y soldados desesperados que confiaron su destino en los bolcheviques la obligación moral de claudicar ante una mayoría electoral que votó por los partidos que habían estado apoyando la prolongación de la guerra imperialista y rehusando la reforma agraria?)

El Informe plantea como una cuestión abierta la de si ha de tenerse como punto de un proyecto político comunista el PU. A mi juicio no está eso bien planteado. Creo más bien que cabría decir dos cosas al respecto. La primera es que, ni en ese ni en ningún punto, las sociedades comunistas (o sea, quiero decir: orientadas hacia el comunismo) que han existido han de constituir modelos del proyecto político de las revoluciones proletarias. Por una razón muy sencilla: es absurda la noción misma de modelo, salvo en contextos muy delimitados. Cuando se actúa con gran proximidad a la obra de quien nos ha precedido, es normal tomarla, aproximadamente, como modelo. Pero a distancia no. Y es obvio que cualquier nueva revolución tendrá lugar ya a mucha distancia de la obra de los bolcheviques.

Sin duda la revolución rusa y las que han seguido han aportado, todas ellas, cosas valiosas y siempre se las tomará como fuentes de inspiración. Pero eso en un sentido muy muy lato. Las realizaciones políticas de las nuevas revoluciones estarán alejadas en muchísimos detalles de la obra de Lenin y de las demás revoluciones con vocación comunista que hasta ahora ha habido.

No me parece razonable querer llenar ese vacío de lo que no sabemos cómo será con una enumeración de en qué puntos sí y en cuáles no el propio proyecto coincidirá con las realizaciones de los bolcheviques o de otros. A falta de mayores precisiones, quizá lo mejor sería limitarse a lo que ya dijera Lenin al respecto: estamos por las libertades democráticas, pero ninguna de ellas pasa por delante de los intereses de la emancipación social del proletariado y la supresión de las injusticias del capitalismo. Recalcando que, sin embargo, ello no significa tomar como modelo ni a la Rusia de Lenin ni a ningún otro, porque cada sistema político surge en su coyuntura histórica y es fruto de las circunstancias de su época, de su momento. Persiste el mismo ideal, la misma meta final, de acabar con la explotación del hombre por el hombre, de establecer un sistema social de propiedad colectiva de los medios de producción y de igualdad social; pero qué régimen político sea aquel que, en cada caso, esté llamado a cumplir esa tarea, eso dependerá de circunstancias que no podemos prever. En lo que dependa de nosotros, será el régimen que más permita compatibilizar esa meta de una sociedad comunista con la mayor libertad política. Pero eso, igual que una transición incruenta, no depende únicamente de nosotros. Ningún revolucionario quiere la lucha armada por la lucha armada, sino que, al revés, todos preferimos que no haya ni tenga por qué haber lucha armada. Lo mismo pasa con eventuales restricciones a la libertad política.

Otro tanto diría yo (y es éste uno de los puntos en que discrepo del Informe) con relación a lo de exportar la revolución. Ante todo digo lo mismo: en general, no; pero, si los intereses de lucha revolucionaria del proletariado en el mundo entran en conflicto con ese precepto de no exportar la revolución, pasan por delante dichos intereses. Y en segundo lugar, añado una precisión: hay muchísimos grados y aspectos en eso de qué sea exportar una revolución. En particular lo de Estonia, Letonia y Lituania. No, yo no creo que haya sido ninguna aberración, ni veo que haya dado tan malos resultados. No peores, si vamos a eso, que la propia revolución en Rusia. Porque en eso de si una revolución es querida por su propio pueblo hay muchos grados. En Transcaucasia y en Ucrania fue en gran medida impuesta por los bolcheviques rusos. Sucedió que en los países bálticos y Finlandia ganaron los blancos la guerra civil. Los bolcheviques no aceptaron la paz de Brest-Litovsk y el retroceso de la frontera rusa hacia el Este más que a título de concesión provisional al enemigo. ¿Tenían obligación de no ayudar a los rojos de Ucrania, de Transcaucasia? ¿Tenían éstos obligación de dejarse vencer y matar por sus burguesías para no ser marionetas de Moscú?

Hay grados. Una cosa es intervenir en un territorio que no comparte con el país de uno ninguna comunidad de rasgos nacionales, un país de otra lengua, alejado geográficamente, sin un pasado común, sin las misma cultura. Otra la de intervenir en un territorio vecino que comparte unas cuantas de tales cosas con el de uno. Estonia y Letonia habían sido rusas desde Iván IV; luego fueron suecas durante un siglo, y volvieron a Rusia a comienzos del XVIII; gran parte de su población era rusa, y lo había sido incluso durante la dominación sueca. No digo que todos esos hechos sean por sí mismos decisivos o que constituyan un argumento concluyente, pero son datos que están ahí, que son relevantes para el caso. Aparte de eso, también hay otras consideraciones que son pertinentes, como justamente las necesidades de lucha contra el imperialismo, a que hace referencia el Informe.

El Informe denuncia las pretensiones de poseer verdad absoluta, y con razón, pues, si hay alguna verdad absoluta, será alguna banalidad tautológica. Casi todas las verdades, o casi todas las interesantes, son verdaderas por grados y según los aspectos, o sea relativamente. Pero lo propio sucede con la validez de los preceptos, incluyendo ése de no exportar la revolución.


4º.-- El bloque soviético y el mito Castro

Hay varios problemas relativos a la situación internacional en los que a mi juicio el Informe no está acertado. Son problemas en los que se vienen arrastrando desde hace años errores en el movimiento m-l internacional. Y mientras no se corrijan, no se logrará un tratamiento adecuado de esas cuestiones.

Los errores se originaron en 1965, y fueron los dirigentes del PC de China quienes los originaron. En efecto, la controversia entre los dirigentes chinos y soviéticos tuvo dos etapas: 1959-64 y 1965 en adelante. Hasta 1964 la posición de los chinos (y de los albaneses) era que el revisionismo de Jruschov significaba una desviación ideológica burguesa y que estaba empezando a introducir en el sistema social de la URSS algunos elementos o componentes de economía de mercado y, por lo tanto, de capitalismo; pero eso no alteraba todavía sustancialmente la identidad socialista del sistema, aunque, de agravarse y crecer, acabarían alterándola. Súbitamente en 1965 la dirección china postuló que el capitalismo estaba restaurado en la Unión Soviética y en todos los demás países de Europa oriental salvo Albania, aunque nunca demostró tal aserto, ni siquiera con las pruebas --discutibles pero que al fin y al cabo eran argumentos y no meras aseveraciones-- con que habían tratado de demostrar que el capitalismo ya había sido restablecido en Yugoslavia (un aserto que jamás hacían por entonces los albaneses, a pesar de sus duras acusaciones contra la camarilla de Tito: decían que ésta era una agencia del imperialismo, que socavaba y arruinaba el sistema socialista, pero no que ya hubiera completado la restauración capitalista ni muchísimo menos; menos todavía decían cosas así sobre la URSS, RDA, etc). La verdad es que ese súbito viraje de la dirección china parece que fue tomado un poco a la ligera y por razones tácticas, con cierto oportunismo a la china. Los rusos habían propuesto una acción conjunta. Los chinos se negaron a ella (a mi juicio sin razón) y encontraron en ese aserto de que había sido restaurado el capitalismo en la URSS lo que les parecía un motivo plausible, aunque ni siquiera eso lo hubiera sido.

Los albaneses no aceptaron inmediatamente ese viraje. No sé si fue Mehmet Shehú, en un viaje a Pekín, el primero en sumarse a la nueva posición china. No puedo asegurarlo, pero me parece recordar algo de eso. Sea como fuere, el caso es que al final acabaron diciendo eso mismo. Sin embargo, no está de más recalcar que fueron los chinos los inventores de la afirmación y que ésta nunca se demostró. Ni podía demostrarse.

Y es que un viraje así es de los que vienen de pintar el mundo en blanco y negro. ¿Cuándo se consumó esa supuesta restauración del capitalismo en la URSS? No me van a contar que hasta el 7 de mayo de 1965 había socialismo, con deformaciones y degeneraciones, pero socialismo, y que el 8 de mayo de 1965 a la una de la mañana empezó a haber capitalismo, ya plenamente restaurado, con la burguesía burocrática en el poder, convertida así la URSS en una nueva potencia imperialista.

Todo eso es una fábula y, mientras no se corrija ese torcimiento de la historia, no se podrá dar cuenta con sensatez y realismo de nada, ni de lo que pasó entonces ni de lo que está sucediendo después. Vuelvo a remachar lo de los grados y aspectos. Sí, había deformaciones de la economía soviética en un sentido que tendía ya algo hacia el capitalismo. Sí, había (y había habido, ya desde Lenin) injusticias y desigualdades seguramente innecesarias, excesivos desnivelamientos salariales, privilegios inmerecidos y nefastos de los intelectuales, el funcionariado y los técnicos. Sí, había tendencias ideológicas procapitalistas en la dirección soviética. Pero eran tendencias, y existieron con una vida zigzagueante. Con Jruschov prosperaron y fueron aupadas. Al caer Jruschov --aunque vergonzantemente, a la chita callando y de manera sumamente inconsecuente-- se les puso freno. Todo ese período de Brejnev fue el de las medias tintas. En unos aspectos se daba algún pasito hacia el capitalismo, en otros se daba marcha atrás. Para quien quiera desconocer los matices de las cosas valdrá incluso aquello de que, ya en ésas, lo mejor era acabar de una vez por todas con esas ambigüedades. O sea la Perestroika. Pero desde un punto de vista revolucionario no me parece defendible tal posición. Aunque ése es otro asunto.

Mejor o peor, el hecho es que el brejnevismo fue eso: una persistencia del sistema socialista con ciertas deformaciones capitalistas en diversas esferas de la vida. Y Gorbachov lo que lleva a cabo es --él sí-- la restauración del capitalismo. Por eso es verdad que había conquistas sociales que se pierden ahora en esos países del Este: porque, hasta ahora, no había capitalismo, sino socialismo con deformaciones, socialismo con elementos o aspectos de capitalismo en alguna medida (en más medida de la necesaria, porque es inevitable que quede algo o mucho de capitalismo en el socialismo, pero lo censurable del revisionismo es que, en lugar de bregar por la disminución de esos restos capitalistas, los incrementaba, o, habiéndolos incrementado, no deshacía ese incremento, y así, a la postre, esos aspectos capitalistas podían acabar prosperando, como ha pasado).

Es posible, como el Informe lo da a entender, que esa situación de medias aguas del brejnevismo esté en la raíz del (relativo, ¡no hay que exagerar!) retraso tecnológico de la URSS cuando la cogió (y la hundió) Gorbachov. Es posible, pero no es seguro, porque puede explicarse por muchas otras causas. Dudo que alguien pueda demostrar que, de haber persistido una línea más afín a la que imperaba en la época de Stalin, no hubiera habido ese retraso relativo.

Desde luego las reformas económicas de Jruschov no trajeron nada bueno; esas reformas inyectaron más elementos de economía de mercado, hicieron justamente aquello contra lo que alertaba Stalin en los Problemas económicos del socialismo en la URSS (nada tiene de extraño que los adalides de la Perestroika arremetan contra ese opúsculo de Stalin; para un biógrafo de éste, que lo ataca venenosamente, se trata de una sarta de banalidades; que no es así lo prueba la polémica contra ese opúsculo en la prensa de la Perestroika). Brejnev al no rectificar en toda la línea con relación a esas reformas de Jruschov, limitándose a dar marcha atrás en algunos puntos y a congelar las cosas en el estado en que estaban por lo demás, impidió que hubiera una solución adecuada. Todo eso es verdad. Pero de ahí a afirmar que ya había capitalismo bajo forma burocrática y la URSS era imperialista, hay, no uno, sino muchos pasos. Pasos que ni siquiera ahora se han dado todos, y eso que se va a marchas forzadas. (Pero la URSS ni ha sido ni será una potencia imperialista. Fue una potencia socialista, aunque siempre muchísimo más débil no sólo que la superpotencia capitalista, sino también que el conjunto de las de Europa occidental, p.ej. Y cuando sea capitalista, no será potencia; a lo mejor ni siquiera existirá ninguna Unión Soviética, ¿quién sabe?)

Y con relación a esto está lo de Cuba. Discrepo en la apreciación que se hace de la presencia de tropas cubanas en países de Africa. Puede juzgarse de un modo u otro al régimen etíope (y también habría que matizar y ver de qué momento se habla, y hasta qué punto es verdad esto o deja de serlo), pero lo que me parece seguro es que Cuba ha hecho eso por internacionalismo y no por cuenta de nadie, ni menos de Rusia. A Rusia en principio nada le hacía recomendable a Etiopía. Rusia tenía un acuerdo militar con Somalia; la revolución etíope no les sentó nada bien en el Kremlin: los colocaba ante un dilema sin el cual se hubieran pasado muy a gusto. La actitud de Cuba de solidaridad con el gobierno de Addis Abeba obligó a Brejnev y sus sucesores a cambiar de posición en lo tocante al Cuerno de Africa.

En Angola, ¿cabe reprochar a Cuba su solidaridad con el MPLA contra los agentes de Africa del Sur? Sí, ahora el MPLA está claudicando, como tantos, porque la presión es muy grande. Pero la UNITA es y ha sido siempre un instrumento del imperialismo.

Verdad es lo que dice el Informe: Fidel Castro no era comunista cuando llegó al poder. Bien, muchos evolucionan desde el antiimperialismo socialprogresista hasta el comunismo antes de tomar el poder. ¿Es peor evolucionar así después de tomar el poder? Lo que yo no sabía es eso de que por presión soviética liberó a los comunistas encarcelados. Yo creía que desde el 1º de enero de 1959 los había liberado (puede que luego encarcelara a alguno, pero eso es otra cosa, evidentemente: en todos los países socialistas ha habido comunistas encarcelados).

No creo que haya mito Castro. La reputación que tiene está bien merecida. Ha cometido muchos errores. Ha recibido también, hay que decirlo, muy malos consejos. Pero es un hombre que ha demostrado siempre capacidad para rectificar sus errores. Y es un gran revolucionario anticapitalista, un comunista. De los de verdad, de los que hay pocos.


5º.-- Dos palabras sobre el Tercer Mundo

Dícense cosas muy atinadas y justas en el Informe sobre el imperialismo y la explotación del tercer mundo. Pero hay algunas observaciones de pasada que no me parecen exactas. Creo que se ve todavía al tercer mundo como era hace, ¡digamos!, 30 ó 40 años. Se lo ve como una sociedad en gran medida precapitalista, como países atrasados, que todavía no han alcanzado el estadio plenamente capitalista de desarrollo, pero que van hacia él; como países con población rural dominante. Y todo eso, que tiene una gran base de verdad, es así cada vez menos. Aplícase todo eso muy poco a América Latina, donde la mayor parte de la población es urbana, donde las relaciones precapitalistas tienden a desaparecer; y en ciertos casos, como Argentina, Chile, Uruguay y cada vez más otros países, ya no se dan, o poquísimo, relaciones de producción precapitalistas.

Sí, esos países están atrasados. Pero más que atrasados, más que estar en situación de todavía no haber llegado, es que por el capitalismo nunca llegarán. Es paradigmático el caso de Argentina, que hasta 1920 y tantos era una potencia capitalista, uno de los 10 u 11 países más adelantados del mundo. ¿Qué ha pasado? ¿Que los otros han corrido, que Argentina ha ido para atrás? Lo que ha pasado es lo normal en la economía de mercado: el uno se enriquece, el otro se arruina. Cuando se ha llegado a una nueva fase del desarrollo capitalista, Argentina con el alejamiento geográfico de las grandes poblaciones del mundo desarrollado y semidesarrollado, rodeada por países menos desarrollados que ella, y con poca población (por lo tanto, poco mercado interno) ha perdido en la competencia. Y lo principal hoy en el tercer mundo es que esos países, no ya por el subdesarrollo tecnológico, sino por la debilidad de sus economías, por la inferioridad en que están para competir con los países ricos, llevan cada vez más las de perder. De ahí el hundimiento de los precios de las materias primas, algunas de las cuales cuestan menos que hace un siglo, por increíble que parezca. La enorme superioridad de capital, técnica, control de mercados y adaptabilidad productiva es el resorte que permite a las potencias imperialistas tener a su merced a los países, también capitalistas, del tercer mundo.

No sé si los conflictos interimperialistas volverán a encenderse, como parece sugerir el Informe. Quizá sí. Pero hoy por hoy lo que me parece que está prevaleciendo es el intento colectivo de las potencias imperialistas de perpetuar y acentuar su dominación sobre el tercer mundo, e.d. sobre los países capitalistas de Asia, Africa y América Latina. Lo que les importa es eso, dominarlos y explotarlos, y no sólo, evidentemente, que sigan siendo capitalistas. Eso da la clave de la política yanqui, y la de sus aliados y satélites, que hoy por hoy son los demás países capitalistas de Europa, más el Japón, Australia, Canadá y Nueva Zelanda; lo de Panamá, lo de Mesopotamia, la intervención en Ruanda, la intervención, meses ha, en Gabón, y las que lleva a cabo Francia, bajo cuerda, en muchos otros países africanos (otras ya no bajo cuerda, como la invasión de las Comores). No hay de momento peligro de que en esos países se establezcan regímenes comunistas, claro. Pero sí de que lleguen al poder o se consoliden, según los casos, regímenes menos aquiescentes y obsequiosos hacia el imperialismo, menos incondicionales para con el Banco Mundial y el FMI. Y lo de Nicaragua es por el estilo, que la revolución sandinista no iba hacia el comunismo ni Cristo que lo fundó.

Y también eso reviste mucha importancia, porque, si así están las cosas, paréceme que la principal tarea hoy es la de luchar en solidaridad con el tercer mundo, en contra de toda esa estrategia de dominación mundial del imperialismo coaligado. Coaligado, hoy. ¿Mañana? ¡Quién sabe!


6º.-- Un nuevo estilo

Una de las cosas mejores del Informe es que da la nota de un nuevo estilo. Lo que no creo sea de recibo ni vaya a estas alturas a atraer a nadie es repetir frases que nos atrajeron tanto hace 25 ó 30 años. Cuanto más se argumente hoy sin jerga, sin frases hechas, inventando denominaciones nuevas, huyendo de los latiguillos, mejor.

En tal sentido os pregunto si no valdría ir todavía más lejos. Yo estoy totalmente de acuerdo con la dictadura del proletariado, pero ¿hace falta hoy seguir usando, a estas alturas, esa expresión? ¿No arrastra hoy tales connotaciones eso de `dictadura' que sólo los iniciados y convertidos van a entender de qué se trata o van siquiera a querer entenderlo, mientras que la locución misma va a repeler a otros? Puesto que lo que importa es qué se quiere decir y no la manera de decirlo, ¿no sería mejor emplear otra expresión: `poder revolucionario del proletariado', p.ej.?

Y en lo demás, igual. Me parece muy loable la tendencia del Informe y propongo que se siga por ahí: hablar de un modo nuevo de problemas que, al menos en sus actuales modalidades, son, también ellos, nuevos. Ofrecer así la imagen de gente que piensa a fondo, con originalidad, y que no se limita a aplicar recetas de un manual m-l a la información del día. Como vosotros lo señaláis, lo importante es seguir siendo revolucionarios, y no seguir profesando una colección, fija de antemano, de principios, postulados, axiomas o como se los quiera llamar; porque tales enunciaciones nunca pueden ser más que verdades aproximadas, aproximaciones a la verdad, no verdades absolutas. Lo que cuenta es si está uno con la burguesía o contra ella.