¿CLAUDICACIÓN O REAFIRMACIÓN DE LA IZQUIERDA?

Carlos ParísNota al pie 2_1

Recuerdo un documental sobre Nicaragua, en el que un maduro labrador, curtido en el áspero trabajo campesino y en la aún más dura lucha revolucionaria, relataba a grandes rasgos su vida. Y, finalmente, al ser interrogado sobre sus últimas actividades, respondía: «Ahora estoy estudiando para ser comunista. Es muy difícil, hay muy pocos, yo creo que en Managua sólo cinco... o cuatro, tal vez». Si hoy miramos en nuestro derredor, quizás tendríamos que contestar como el maduro campesino nicaragüense, si se nos pregunta por el número de personas no ya comunistas, sino, más ampliamente, de izquierdas. Sin duda, son bastantes los políticos que se declaran de izquierda. Y disputan entre ellos la representatividad de la auténtica, y más real, izquierda. Especialmente como tales se proclaman cuando se trata de conseguir votos, porque votantes anhelantes de la izquierda hay muchos; son mayoría en nuestro país. Mas, si dirigimos la mirada hacia los políticos, sus organizaciones y programas, no podemos evitar la impresión de que la izquierda se ha convertido en una mera sombra de lo que fue --y todavía más gravemente como claudicación-- de lo que hoy podría y debería ser.

¿A qué reduce, hoy día, la izquierda mayoritaria su acción en España? A pactar vergonzosamente mínimas concesiones con una derecha arrogante y prepotente. Y a discutir cómo puede organizarse y navegar entre los dos extremos escollos que la cercan, como Scila y Caribidis. Por una parte, la derechización del PSOE, por otra, el terror de incurrir en el «fundamentalismo» y resultar olímpicamente marginada. Cuando precisamente el discurso y la práctica actual de la derecha representan hoy el mayor fundamentalismo, el discurso y la acción más cerrados, absolutistas y despóticos que imaginarse pueda. Y, también, si lo juzgamos por la catástrofe que están produciendo en nuestro mundo, los más inactuales. Y, sin embargo, es el discurso que la izquierda mayoritariamente acepta, en lo que se refiere a la forma de Estado, a la intocabilidad del capitalismo y el culto al mercado como manifestación suprema de racionalidad económica, a la política internacional, con nuestra aceptación de las imposiciones de Maastricht y con la sumisión al imperialismo --perdón, parece que esta palabra ya no debe pronunciarse-- estadounidense y occidental. Véanse, como muestra de tal doblegamiento a las tesis de la derecha, las reacciones y estremecimiento que provocaron las palabras de Anguita en el mitin del PCE. Cuando no hacían sino proclamar ideales consustanciales a la izquierda, la forma republicana de gobierno --que, por otra parte, hace largo tiempo dejó en gran parte del mundo de ser una reivindicación de cariz izquierdista-- el derecho a la autodeterminación, el federalismo. Y la necesaria denuncia de Maastricht, del proyecto que significa el gran triunfo de la derecha y del poderío de la banca en la construcción de Europa.

Lo más grave de la situación de la izquierda y de las posibilidades que encarna, para salvar a nuestro mundo de su hundimiento en la injusticia, es su sumisión al terrorismo ideológico de la derecha. El cual no se limita a propugnar sus tesis, sino que las eleva a pensamiento único, arrojando a las tinieblas exteriores a quienes no piensan según el patrón impuesto, tachándoles de nostálgicos, inactuales, viejos dinosaurios. Sorprende el modo en que las cosas han cambiado, cuando hace veinte años los dinosaurios llamados a la extinción eran los que proclamaban ideas derechistas, y cuando un ardoroso militante socialista y viejo amigo de aquellos tiempos es hoy secretario general de la OTAN, para honra y prez de la izquierda española.

Y es que, aceptado este discurso, todo lo demás vendrá por añadidura. En un reciente artículo Martín Seco --a quien debemos páginas muy lúcidas para desenmascarar los sofismas y falsedades económicos de la actual derecha neoliberal-- comentaba muy gráficamente la estrategia de la derecha. La cual, amenazando con cortarnos brazos y piernas --naturalmente en nombre de la necesaria racionalización-- nos perdona las extremidades inferiores primero y, finalmente, consigue que el éxito de los sindicatos se reduzca a que nos amputen solamente una mano, generosamente ofrecida.

Que la izquierda ha sufrido un fuerte descalabro en el mundo, a partir de los años ochenta es un hecho. Como lo es también el desarbolamiento que padeció la izquierda española en los pactos de la transición democrática. Pero lo que no puede hacer es convertir en definitivas sus claudicaciones y concesiones, ni introyectar su derrota. Una derrota resultado de los propios errores mas también, decisivamente, producto de la ofensiva conducida por las fuerzas superiores de la derecha. Hoy parece haber caído el conjunto de la izquierda en el síndrome de Estocolmo. Y, claudicante, se avergüenza de sus mensajes más propios. Aquellos que proclaman la superioridad de una economía colectivizada, frente a la lógica del beneficio privado capitalista. Los que propugnan la solidaridad planetaria, frente a la isla berroqueña, rodeada de miseria que representa el Occidente fortaleza, complacido en disparar periódicamente sus misiles, para mostrar su poderío ante el Tercer Mundo. Son también mensajes propios de la izquierda los que planifican una sociedad en que los avances tecnológicos permitan repartir el trabajo y el ocio, elevado éste a cultura. Una cultura a la cual, como a la sanidad y a la alimentación puedan tener acceso todos los hombres y mujeres del mundo. Realidades, no sueños, que nuestro actual desarrollo científico y tecnológico, social y planitariamente administrado haría posibles.

Y no parece, ciertamente, ser éste el mundo hacia el cual nos encamina el capitalismo neoliberal. Mucho más hábil en las promesas engañosas que en las realizaciones. ¿Dónde quedaron los horizontes de prosperidad, bienestar, libertad que el capitalismo ofrecía a los ciudadanos y ciudadanas, una vez liberados del «yugo comunista» --o revolucionario-- en Rusia y los países del Este, en Angola y Mozambique, en Nicaragua, en Afganistán? ¿A qué han conducido las políticas neoliberales en América Latina? Al aumento de los contrastes, de la desigualdad social. Aquello que nuestros actuales sociólogos califican eufemísticamente como «sociedad dual», cual si se tratara simplemente de describir una curiosa y neutral realidad, en que un grupo posee unas características peculiares y otro las opuestas. Así dividimos a los monos en platirrinos y catarrinos o a los humanos en chatos y narigudos, pero lo malo es que en este caso no se trata de una curiosidad morfológica, sino de una relación de clases sociales --por más que se quiera prohibir este término-- en que una domina y explota o margina a otras. La sociedad dual que también es la de los países industriales avanzados con sus bolsas de miseria. ¿Debe la izquierda resignarse a doblar la cabeza ante esta situación, buscando un rinconcito en el cual pongamos bálsamos a la injusticia y a la represión? ¿O debe continuar su crítica rebelde y su lucha histórica para transformar el mundo y crear una nueva sociedad? Me parece que la respuesta se ofrece diáfanamente clara.