LA TRANSICIÓN y las dificultades para construir la autonomía de la izquierda

por Ángeles MaestroNOTA1_1

Si partimos del concepto de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y de que ésta se desarrolla hoy con más virulencia que nunca a escala planetaria, importa, desde luego, conocer íntimamente la estructura del poder, pero sin olvidar que su fuerza depende directamente de nuestra debilidad. Y paradójicamente, sólo analizando el complejo entramado de razones que han contribuido, desde fuera y desde dentro de las organizaciones, a configurar la situación de marasmo político e ideológico en que nos encontramos, estaremos en condiciones de construir la autonomía de pensamiento de la izquierda, indispensable para abordar desde bases sólidas su reconstrucción.

Sirvan estas reflexiones, cuyo alcance desborda ampliamente el objetivo de estas notas, para señalar la importancia de esta tarea colectiva que debe ir avanzando mediante la incorporación de la memoria histórica a las necesidades y condiciones de la lucha social. En este marco destaca, como una especie de agujero negro en el bagaje del PCE, el insuficiente análisis de las condiciones de la transición, del papel jugado por las diferentes fuerzas en presencia y, sobre todo, de sus repercusiones en los acontecimientos posteriores. Este déficit configura, no solamente una deuda política importante con nuestra organización, sino que, como intentaré expresar, pudiera estar lastrando, aún hoy, nuestra propia capacidad de autonomía política.

El hecho que marca el final de la transición para numerosos analistas es la victoria del PSOE en 1982 por mayoría absoluta y, en paralelo, el hundimiento, no solo electoral, sino político y organizativo, del PCE. La pregunta obligada es ¿qué sucedió en el breve periodo transcurrido desde el final de la Dictadura, marcado por la hegemonía política del Partido y por la inexistencia casi absoluta del PSOE, para que esos hechos se produjeran?

Sin desconocer otros trascendentes acontecimientos que concurrieron, quiero llamar la atención sobre algunos detalles relativos al resurgimiento del PSOE en ese periodo, escasamente tenidos en cuenta y que creo determinantes para caracterizar, entonces y ahora, a dicha fuerza política.

Joan Garcés, en su imprescindible libro Soberanos e Intervenidos, reproduce y analiza hechos sospechados, quizás, pero insuficientemente documentados. Por ejemplo, la relación de Carlos Zayas, de la Agrupación Socialista Universitaria, actuando en nombre de «socialistas del interior» (disidentes de la dirección del PSOE asentada en Toulouse), con la Embajada de EE.UU. «informando asiduamente sobre personas de sensibilidad socialista dispuestos a combatir al Partido Comunista si recibieran los apoyos materiales que buscaban. Zayas señalaba, entre otros, a Joan Raventós Carner en Barcelona, a José Federico de Carvajal y Mariano Rubio Jiménez en Madrid».NOTA1_2

Tras la revolución del 25 de abril de 1974 en Portugal, un país fundador de la OTAN, las estructuras de la coalición bélica fueron movilizadas para ahogarla. La RFA fue designada como centro de operaciones y su Gobierno ofreció a Kissinger distintos métodos para reintegrar a Portugal en la disciplina de la Coalición y evitar en España otra revolución democrática. La operación empezó con Mario Soares, a quien se eligió para crear en Bonn un «Partido Socialista de Portugal» en 1.973, y retornar a su país en 1.974 con el apoyo material de los gobiernos interesados en destruir el proyecto nacional autónomo del Movimiento das Forças Armadas. Otras fuentes afirman que Mario Soares, personalmente, está desde entonces en nómina de la CIA.

En julio de 1.974 Franco cae gravemente enfermo. Con toda urgencia, desde el Gobierno de la RFA se financia y organiza el Congreso de Suresnes, dirigido por la escisión del PSOE del interior. Entre las filas del PSOE, se postulaban entonces tres candidatos a la Secretaría General: Nicolás Redondo, Pablo Castellanos y Felipe González. En el mes anterior a dicho Congreso es conocido por la militancia socialista que el Pentágono ha optado por Felipe González.

El proceso subsiguiente, en el que no puedo detenerme, refleja los acontecimientos que condujeron a la cooptación de grupos políticos españoles, debidamente financiados por fundaciones extranjeras, sobre todo alemanas. La fundación Konrad Adenauer asume el sostenimiento económico de los democristianos españoles, la liberal fundación Neumann lo hace con los liberales de dentro y de fuera de la UCD, y la socialdemócrata Friedrich Ebert financia al equipo de González Márquez. La llegada de fondos del exterior a grupos políticos de nuestro país no es, no obstante, un hecho circunscrito al periodo de la transición. En una interpelación ante el Parlamento alemán en 1.974, se confirmó que las tres fundaciones habían continuado enviando fondos a sus dirigentes políticos homólogos. En 1.992 la cantidad fue de 902 millones de pesetas y de 831 millones en 1.993. Por otra parte, como es bien sabido, el PSOE recibió subvenciones de miles de millones de pesetas, procedentes de bancos y grandes empresas, a través de FILESA y TIME-EXPORT

Sin embargo, el problema para estos estrategas de la Historia, era que los pueblos del Estado Español, más de tres décadas después del final de la Guerra Civil, insistían en reivindicar su soberanía externa e interna y sus libertades, objetivos que la Dictadura no había logrado erradicar. Según reflejan los resultados de una encuesta referida en el Informe FOESSA, en 1.970 el sistema preferido para después de Franco era:

-- República: 49,4%

-- Actual: 29,8%

-- Monarquía: 20,8%

Toda una estremecedora muestra de cómo nuestro pueblo, frente a la represión, conservaba mayoritariamente su identidad democrática.

Joan Garcés ofrece datos exhaustivos acerca del aparato de marketing político que, siempre debidamente financiado con fondos del exterior funcionó intensivamente en 1.975 y 1.976. Habla también de cómo el equipo de Carrillo «intercambió en marzo de 1.977 la sustancia del proyecto nacional del PCE por su legalización como partido, asumiendo y respaldando los fundamentos y objetivos de reforma concretados en el denominado «consenso» entre UCD, Alianza Popular, el grupo de Felipe González Márquez, núcleos nacionalistas de Euskadi y Cataluña y, marginalmente, el propio Partido Comunista».NOTA1_3

Qué hubo exactamente detrás de todo ello no sé si se sabrá algún día. Hay una evidencia: la inmensa mayoría de los dirigentes del PCE con mayor proyección pública en aquella época, con honrosas excepciones, está o estuvo en las filas del PSOE. Bucear en los documentos de aquellos años y recordar las vivencias propias, sobre los debates del aquel entonces fuerte y organizado PCE, produce un intenso desasosiego, derivado de haber asistido como testigo, desorientado e impotente, a la voladura controlada de una organización. Manuel Sacristán manifestaba contundente: «Desde mi punto de vista, firmar el Pacto de la Moncloa y fabular vías al socialismo es meterse a zascandil de la historia, intentar ser universal y perder en el intento hasta la propia identidad de uno; es en suma querer ser demiurgo y quedarse en mequetrefe».NOTA1_4

Los sucesos relacionados con el Golpe de Estado del 23-F de 1.981 vinculado directamente con la decisión de entrada en la OTAN, el papel del General Armada y su proyecto de Gobierno de «concentración nacional» en el cual participaría Felipe González y, entre otros, Jordi Solé Tura, la intervención de la Embajada de EE.UU..., son incógnitas, en buena parte, pendientes de resolver. Lo que queda absolutamente claro, es la función ejemplificadora --una especie de vacuna brutal-- de la amenaza de vuelta al pasado para cercenar posibles intentos populares de insistir en el desarrollo de proyectos nacionales autónomos que contravenían los objetivos de los poderes internos y externos.

Entre tanto, tuvieron lugar los pactos municipales PCE-PSOE de 1979, la anestesia del movimiento obrero y ciudadano, y la campaña electoral de «Juntos Podemos», que culminó en 1.982 con la práctica liquidación del PCE. De hecho, en este momento, el Partido había perdido el 65% de la militancia que poseía en 1979, el saldo negativo entre esta última fecha y 1983 era de 120.000 afiliados.

En esta apresurada enumeración de acontecimientos soy consciente de que paso por encima de hechos tan transcendentales como es la valoración de lo que significó la Constitución de 1.978, Monarquía y Derecho de Autodeterminación incluidos, que exigirían --por sí mismos-- un análisis pormenorizado que esta también, en buena parte, pendiente. A todo ello hay que añadir los asesinatos del GAL, como brutal constatación de la supervivencia del terrorismo de Estado y como máximo exponente del mantenimiento de lo más negro de los aparatos represivos de la Dictadura con el apoyo explícito de los Gobiernos de la Democracia.

Pero los procesos son contradictorios, y la vida y la historia, a pesar de los pesares, no se acaban. La lenta y penosa reconstrucción del PCE, a través del trabajo duro y a contra corriente de sus militantes, permitió alumbrar --junto a otras organizaciones de la izquierda-- una nueva fuerza política en 1.986. La constitución de IU supone una seria apuesta, para muchos inesperada, por la reconstrucción de una izquierda plural, como proyecto autónomo y antagonista en el Estado español. Surge al calor de una impresionante movilización popular, forjada en torno a uno de los elementos clave de la identidad de la izquierda: salir de la OTAN. La envergadura de este proceso hay que valorarla teniendo en cuenta que se organiza frente a un PSOE en el gobierno, todopoderoso, económica y organizativamente, y que además recibe el apoyo explícito de las potencias europeas, junto a la inestimable ayuda encubierta de EE.UU.

Nos encontramos, otra vez, ante un pueblo capaz de resucitar su identidad histórica, a pesar de la aparente destrucción de sus organizaciones. Frente a semejante empecinamiento en resistirse a ser asimilado, el poder externo e interno, cuya representación se condensaba en el engranaje político del Gobierno PSOE como única fuerza capaz de violentar eficazmente la voluntad mayoritaria, hubo de emplearse a fondo. Valió todo. El poder omnímodo de los medios de comunicación, la liquidación de reductos de pensamiento autónomo (LA CLAVE, EL INDEPENDIENTE y otros) y la vinculación artera de la permanencia en la OTAN con la entrada en la CEE, no parecían ser suficientes. Felipe González tuvo que recurrir a un chantaje explícito --que la memoria histórica de nuestro pueblo no debería olvidar--: la amenaza velada de Golpe de Estado y la alusión indirecta a una posible intervención de EE.UU. si el NO triunfaba en el Referéndum.

El importante ascenso electoral de 1989, en el que IU pasó de 6 a 17 diputados, es el reflejo de que algo nuevo apuntaba con fuerza, y lo hacía sin duda, en el escenario abierto por la Huelga General de 1.988. Esta última movilización pareció marcar una nueva etapa, sustentada sobre la unidad de acción de CC.OO. y UGT y el desarrollo de una fuerza política emergente, con un discurso nuevo, de reorganización popular, vinculando proyectos e identidades históricas con programas concretos de respuesta a las necesidades de la mayoría.

El hundimiento de la URSS en 1.989 fue el gran argumento utilizado a escala mundial para intentar liquidar definitivamente la conciencia y las organizaciones comunistas en todo el planeta. Una vez más, el PSOE y su poderoso aparato de poder en los medios de comunicación fue el instrumento útil --la derecha jamás podría haberlo hecho sola eficazmente-- para intentar llevarlo a cabo. Esta vez, el objetivo era doble, pues se suponía que una IU con el PCE disuelto sería más fácilmente manejable.

En 1.991 tuvo lugar el XIII Congreso del PCE, que apuesta mayoritariamente por su permanencia como Partido (con un 25% en contra). En 1.993 se produce, por primera vez, una importante división en la III Asamblea Federal de IU y posteriormente, en el Grupo Parlamentario, sobre la ratificación del Tratado de Maastricht.

Desde entonces hasta hoy hemos recorrido un camino jalonado por: el difícil e intenso debate en torno al Congreso de CC.OO., la discusión en el seno de algunas Federaciones de IU acerca de la conveniencia de bajar el listón de las críticas al PSOE para «cerrar el paso a la derecha», la llegada al Gobierno del Partido Popular, y la ruptura con el PDNI e IC, vinculada a los últimos acuerdos de las grandes centrales sindicales con el Gobierno y la patronal sobre pensiones y despido y que se materializa en las últimas elecciones gallegas.

En este escenario tenso y contradictorio, han surgido nuevos y esperanzadores elementos, entre los que destacan las movilizaciones europeas contra las políticas neoliberales --sintetizadas en el Tratado de Maastricht y las políticas de Convergencia-- y en defensa de la jornada laboral de 35 horas, establecida por ley y sin reducción salarial. En nuestro país está todavía caliente el éxito de la manifestación del 20 de junio que ha permitido a IU romper el maleficio y el miedo paralizador a convocar movilizaciones sociales sin el apoyo de las grandes centrales sindicales, situándose a la ofensiva política, con propuestas capaces de reconstruir la unidad de la clase obrera y que cuestionan directamente la competitividad como valor y discurso dominante.

Lo que me interesa reseñar es que el debilitamiento de la izquierda en estos 20 años se ha producido paradójicamente en el periodo de mayor endurecimiento de las relaciones de explotación, y que para ello ha sido y sigue siendo necesaria la destrucción de las organizaciones que apuestan por resistir y por defender proyectos emancipatorios. Y que para cumplir este objetivo, además de complicidades y errores históricos propios, ha sido imprescindible que la imposición de valores de la derecha se ejerciera precisa y necesariamente desde una fuerza como el PSOE, capaz de hacerlo mediante la utilización de discursos y símbolos identificados en el inconsciente colectivo como de izquierda. Como Ferrán Gallego manifiesta: «La violencia que el PSOE ha ejercido en el terreno cultural de la izquierda, con una eficacia que hace muy difícil recuperar su fertilidad, consiste en haber convertido en sentido común lo que eran formas de idealizar las necesidades materiales de la burguesía. Una vez que se asume, por la mayoría de la población tal magna de comprensión de la realidad, los programas de actuación gubernamental pasan a ser aceptados, por quienes lo sufren, como un trayecto doloroso, pero irremediable».NOTA1_5

La imprescindible delimitación de la función histórica de la dirección del PSOE en este periodo, como instrumento privilegiado de las clases dominantes, no implica el cuestionamiento global de su militancia y mucho menos prescindir en la actividad política de la necesidad de tenerla en cuenta --desde el debate en torno a propuestas concretas--, para la construcción, en torno a la movilización social, de mayorías capaces de enfrentar las políticas de la derecha.

Muchos niveles de análisis se superponen en estas notas que tan solo pretenden apuntar la necesidad de profundizar en más datos de los que habitualmente se tienen en cuenta, para poder responder a cuestiones clave como las siguientes:

-- ¿Continúa el PSOE siendo el instrumento del poder --interno y externo-- destinado a garantizar que la alternancia en el Gobierno no cuestiona sus intereses fundamentales?

-- ¿Qué significa que la Secretaria General de la OTAN la ocupe un destacado dirigente socialista?

-- ¿Cuales son los límites de la unidad de acción de la izquierda, entre quienes sustentan proyectos contrapuestos en relación con los modelos de construcción europea definidos por los Tratados de Maastricht y de Amsterdam?

-- ¿No son el PDNI, IC y las propuestas de «unidad de la izquierda» que desde el PSOE se ofertan (se han referido explícitamente a la reedición de los pactos de 1.979) intentos de desactivar --por la vía electoral e institucional-- el proyecto de construir desde IU una fuerza política capaz de articular desde la pluralidad ideológica un bloque sociopolítico que protagonice la transformación social?

-- ¿Por qué el Partido Comunista, aún hoy débil y escasamente organizado, sigue siendo el blanco preferido de ataques furibundos e intentos de desestabilización que parten de quienes se autoatribuyen posiciones de izquierda? Las preguntas que afectan a nuestra historia reciente no se agotan aquí. Hay muchas más que deben hacerse y que atañen a los contenidos concretos con que se produce la tensión dialéctica entre resistencia, alternativa e integración en nuestra propia organización y en otras fuerzas políticas sindicales y movimientos sociales.

Estas cuestiones, que tienen que ver con la forma en que se ha forjado en el pasado reciente la identidad del PCE e IU y la relación con el poder del conjunto de fuerzas políticas, sindicales y sociales del Estado, no pueden responderse a partir de la foto fija de la coyuntura inmediata. Su caracterización debe partir necesariamente del análisis en profundidad de una etapa histórica que trastrocó el escenario político de los últimos años de la Dictadura y cuyas consecuencias están pesando decisivamente, todavía hoy, sobre las condiciones concretas en las que debemos reconstruir la izquierda antagonista y emancipatoria en el Estado español.

Las dificultades son enormes, pero es imprescindible conocer y delimitar los acontecimientos aún calientes de nuestra historia reciente y las conexiones estatales e internacionales que han estado interviniendo, para saber de donde proviene nuestra debilidad y para poder establecer con claridad a partir de qué bagaje colectivo, aciertos y errores incluidos, estamos intentando desarrollar nuestro proyecto histórico. Todo ello con el fin de evitar en lo posible repetir lo que hace unos años una amarga pintada anónima reflejaba: «Somos los vencidos. Nos derrotaron porque les creímos».

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