Las dramáticas conclusiones del informe de Naciones Unidas sobre el desarrollo humano
por DANILO TRELLES
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El informe de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano correspondiente a 1.997, está destinado a provocar una gran conmoción a nivel internacional. No solo por las denuncias que contiene implícitamente el informe, sino porque las fuentes de donde provienen ahora confirman de manera irrefutable una situación que numerosas organizaciones responsables y suficientemente informadas de diversas áreas del mundo habían venido revelando como causas de futuros conflictos de consecuencias catastróficas. No se trata de interpretaciones tendenciosas destinadas a sembrar alarmas injustificadas; se trata de un cuadro dramático del mundo en el que las víctimas principales son los países menos desarrollados, pero en el que perspectivas bien sombrías comienzan también a proyectarse sobre los países más ricos.

¿Quién podría creer, por ejemplo, hace algún tiempo, que el nivel de la pobreza afectaría hoy en América Latina y el Caribe a más de 110 millones de personas, y seguiría creciendo, o que, en los países industrializados más de 100 millones de personas viven por debajo de la línea de la pobreza o que treinta y siete millones de personas carezcan de empleo en esos mismos países?

Los datos más recientes indican que el índice de desarrollo humano empeoró en el último año en 30 países, más que en ningún otro año desde que se publicara por primera vez el informe de Naciones Unidas sobre esta materia en 1990.

La elocuencia de las cifras del último informe resultan sin duda aplastantes, pero lo más grave resulta del hecho de que «ninguno de esos acontecimientos era inevitable». Y que todo hubiera podido ser diferente si las organizaciones internacionales que controlan la orientación de las economías hubieran actuado con un mínimo respeto por la situación de los países más pobres del planeta. En los últimos años la economía mundial fue confrontada por graves y persistentes desequilibrios entre los principales socios comerciales, por una extrema volatilidad en las tasas de cambio, por tasas extremadamente elevadas de intereses reales, por el archivo de contratos de materias primas, por dramáticas reducciones en los precios de estos productos, por crecientes actitudes proteccionistas en las economías industrializadas de mercado, por comercio administrado y dirigido, por perversas y sustanciales transferencias líquidas de recursos financieros de los países en desarrollo hacia los desarrollados.

Estas situaciones, y las consecuencias que podrían derivarse en el caso de no tomarse medidas urgentes para prevenirlas, fueron denunciadas en decenas de Foros Internacionales sin que hubiera reacciones de los encargados de controlarlas. Por el contrario, los resultados de la Ronda Uruguay y las orientaciones de la OCM (Organización del Comercio Mundial), confirman que las directivas que surgieron a través del GATT van a reforzar las nuevas reglas que faciliten sin estorbos las operaciones de las compañías transnacionales.

Los países industrializados aspiran a que el principio del «libre comercio» (cancelación de los controles estatales), sea aplicado internacionalmente no solo en el área del comercio de bienes, sino también en el área de los servicios y flujos de inversiones. Las compañías transnacionales quieren que las barreras a su libre actividad desaparezcan, para poder penetrar de manera más efectiva en los países del Tercer mundo. En las reuniones del GATT que se demoraron durante años, estas compañías trataron de imponer y ampliar «el libre comercio» de bienes industriales, abarcando también el comercio de bienes agrícolas, el tema de los servicios, las inversiones y los derechos de propiedad intelectual. Ello les permitiría exportar libremente a los países en desarrollo la producción de sectores como la industria y la agricultura, pero también en los sectores de servicios (como la banca, seguros, transportes, comunicaciones, medios de comunicación y servicios profesionales).

Naturalmente, los países en desarrollo opusieron una gran resistencia a las medidas que quisieron imponerles, y muchas de las concesiones que exigían no pudieron aprobarse. Pero la ofensiva no se ha cancelado y ahora se intenta que lo que no pudo sancionarse en las reuniones del GATT se imponga a través de los acuerdos multilaterales. El Tratado de Comercio de EE.UU. con Canadá y México y la Iniciativa para las Américas lanzada por Bush y continuada por Clinton, no son sino prolongaciones de las propuestas que trataron de imponer en el GATT.

Fueron sin duda estas políticas de control y dominio de las economías de los países en desarrollo, las que han influido de manera decisiva en las situaciones que ahora denuncia el Informe sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas.

Las consecuencias de las políticas que hemos venido reseñando están en la base de los problemas que denuncia el Informe de Naciones Unidas que, lógicamente, no entra en el debate de las causas, pero que las enjuicia naturalmente con la simple mención de los hechos. «La relación del comercio mundial con el PIB ha ido aumentando en el último decenio, pero se ha reducido para 44 países en desarrollo, con más de 1.000 millones de habitantes. Los países menos adelantados con el 10% de la población mundial, tienen solo el 0,3 % del comercio mundial, la mitad de la participación que le correspondía hace 20 años».

«Los precios reales de los productos básicos en los años noventa fueron inferiores en el 45% a los de los años ochenta».

«Los términos del intercambio de los países menos adelantados se han reducido en un 50% acumulativo en los últimos 25 años».

«El promedio de los aranceles con que los países industrializados gravan sus importaciones de los países menos adelantados son 30 veces superiores al promedio mundial».

«Los países en desarrollo pierden unos 60.000 millones de dólares por año como consecuencia de los subsidios agrícolas y de los obstáculos que se oponen a la exportación de sus textiles hacia los países industrializados». «En definitiva, en cuanto a pobreza e ingreso, el porcentaje del 20% más pobre de la población mundial en el ingreso total asciende a un magro 1,1%, inferior al 1,4% que tenían en 1.991 y al 2,3% de 1.960. Y sigue reduciéndose. Y la relación entre la participación que corresponde al ingreso del 20% superior con la que corresponde al 20% más pobre aumentó del 30 a 1 en 1960, a 60 a 1 en 1980 y un sorprendente máximo del 78 a 1 en 1994».

Encima de todo esto habría que mencionar el hecho, de que los países en desarrollo, afectados por la caída de los precios y el aumento de las tasas de intereses, se transformaron en sustanciales exportadores líquidos de recursos financieros, comprometiendo seriamente su capacidad de invertir y desarrollarse. Según los datos del Banco Mundial, desde 1.983 a 1.990, los países latinoamericanos exportaron más de 50 billones de dólares hacia los países industrializados, en una especie de Plan Marshall al revés.

Una gran parte de los problemas que están siendo enfrentados por los países en desarrollo puede ser atribuida directamente a la actitud asumida por las economías más pujantes del mundo, en la medida que éstas decidieron dar prioridad a la autonomía nacional en la formulación de políticas macroeconómicas, en lugar de sujetarlas a un grado de moderación internacional previsto en los acuerdos del propio Fondo Monetario.

La creciente dependencia del dólar, como moneda de reserva en lugar del oro o de las cotas del Fondo Monetario, significa que el nivel de las reservas internacionales ha sido, de hecho, un producto del comportamiento de la balanza de pagos de Estados Unidos. Con el abandono del sistema fijo de paridad cambiaria, que era la piedra fundamental del FMI y la creciente erosión de la cláusula de Nación más favorecida, en la cual se basaba el GATT en amplia escala, la economía mundial entró en un estado de continua turbulencia y de inseguridad, responsable de muchas de las tendencias negativas que empezaron a manifestarse a partir de los años ochenta. Esta situación ha revertido contra el sistema económico multilateral que ha quedado hecho añicos. Esto es verdad no solo en relación al así llamado sistema de Naciones Unidas --ECOSOC, UNTAD, FAO-- sino también con respeto a las instituciones de Bretton Woods --Fondo Monetario y el Banco Mundial. Lo que vemos florecer es una tendencia para la formación de bloques regionales. Cuestiones económicas globales son discutidas en términos vagamente coordinativos, dentro del contexto de grupos muy seleccionados de economías industrializadas de mercado -- La OCEP para asuntos generalizados y el Grupo de los Siete. Instituciones como el FMI y el Banco Mundial, de alguna manera consiguieron sobrevivir y mantener una apariencia de prestigio, gracias al papel que les fue dado por los países acreedores, en la administración de la así llamada «estrategia de la deuda».

La UNTAD, el foro previsto para el diálogo Norte-Sur tuvo su papel gradualmente enflaquecido. Habiendo sido esencialmente concebido como una excepción en el sistema económico de posguerra, la UNTAD ha encontrado dificultades extraordinarias para sobrevivir como una subunidad de una estructura más amplia que está entrando en colapso. Los fracasos en los acuerdos del cacao y del azúcar, y la situación del acuerdo del café, parecen indicar la inutilidad de los esfuerzos para conseguir una implementación del programa de la UNTAD en esta área de interés fundamental para los países en desarrollo.

Todo parece indicar que el sistema multilateral ha funcionado exactamente al revés de los motivos para el que fue creado y que la situación que ahora denuncia el informe de Naciones Unidas es de responsabilidad absoluta de las medidas que las organizaciones que integran el sistema pusieron en marcha para resolver los problemas que entonces y ahora deben motivar a la ONU.

«La pobreza debe enfrentarse en todas sus dimensiones --afirma el informe-- y no solo en cuanto al ingreso». Se estima --prosigue-- que unos 1.300 millones de personas sobreviven con menos de 1 dólar diario. Pero hay otras necesidades igualmente básicas. Casi 1.000 millones de personas son analfabetas. Y bastante más de esas cifras carecen de agua potable. Unos 840 millones tienen hambre o enfrentan la inseguridad alimentaria. Y se estima que casi la tercera parte de la población de los países menos adelantados, no llegará a cumplir los 40 años.

El informe de Naciones Unidas propone una serie de medidas para la reducción de la pobreza. En primer lugar predica por encontrar fórmulas que faciliten a los pobres el acceso a los activos que les permitan protegerse contra la vulnerabilidad. La seguridad en la tenencia de la tierra es tan importante como el acceso al crédito y a otros servicios financieros. Compromisos políticos para garantizar y proteger los derechos de los ciudadanos. Educación y atención pública de salud para todos, además de servicios de salud reproductiva, planificación de la familia y abastecimientos de agua y saneamiento. Es preciso lograrlo pronto y no postergarlo para otra generación. Redes de seguridad social para impedir que la gente caiga en la destrucción o para rescatarlos del desastre.»

El informe prosigue analizando el papel de la mujer en los esfuerzos para erradicar la pobreza. «Las mujeres --afirma el documento-- se hallan en la primera línea de los esfuerzos del hogar y la comunidad para salir de la pobreza y hacer frente a sus efectos. Pero con demasiada frecuencia no tienen voz en la toma de decisiones, ya sea en el hogar, la comunidad o la escena nacional o internacional».

El crecimiento de los países no significa que automáticamente se produzca una disminución de la pobreza. El informe de Naciones Unidas resalta el hecho de que «Argentina creció un 2% anual en los años cincuenta, pero su pobreza de ingreso, aumentó. Honduras creció un 2% entre 1.986 y 1.989, pero su pobreza de ingreso se duplicó». Este contraste entre el desarrollo económico y el índice de pobreza es casi una norma en el proceso de desarrollo de la mayoría de los países. El informe revela datos tan asombrosos como, por ejemplo, que países como Estados Unidos, Nueva Zelanda, y el Reino Unido experimentaron un buen crecimiento medio entre 1975 y 1995, pero la proporción de personas que vivían en la miseria aumentó.

El crecimiento en beneficio de los pobres tiene varios elementos claves --afirma el informe. Restauración del pleno empleo como gran prioridad de la política económica. El crecimiento económico contribuye en mayor medida a la reducción de la pobreza cuando aumenta el empleo, la productividad y el salario de los pobres. El Informe de Naciones Unidas demuestra cómo surgía un proceso de crecimiento económico y desarrollo humano cuando el proceso utilizaba mano de obra y generaba empleo y cuando las aptitudes y la salud humana mejoraban rápidamente.

Otra de las condiciones para el crecimiento en beneficio de los pobres --afirma el informe-- consiste en evitar la desigualdad en el ingreso. «En 29 de los 68 países en desarrollo, respecto a los cuales se tienen datos, la relación del ingreso del 20% más rico con el 20% más pobre, excede de 10 a 1, en 17 de 15 a 1 y en 9 de 20 a 1. Estas dificultades socavan todo el proceso de desarrollo y dificultan la reducción de la pobreza.

Sin duda alguna la afirmación del informe resulta incuestionable y está relacionada estrechamente con la política que regula la distribución del ingreso, una política que, como todo el mundo sabe, favorece únicamente a los más ricos.

El informe destaca la importancia que podrían tener las medidas en beneficio de las poblaciones rurales --más de las tres cuartas partes de la población mundial-- que dependen de la actividad agrícola para ganarse la vida. La creación de microempresas agrícolas ayudaría a la gente pobre para resolver sus problemas de vida. Contribuye además al crecimiento, crea empleos en las granjas y fuera de ellas y reduce los precios de los alimentos. El fuerte apoyo a la agricultura en pequeña escala se hallaba en el centro de los casos más exitosos de la reducción de la pobreza en China (1978-1985), Malasia, desde 1971 y la India en los comienzos de los 80.

Esta política choca sin embargo frontalmente con la sostenida en muchos países desarrollados o en desarrollo, donde la tendencia es la acumulación de los cultivos en grandes latifundios muy tecnificados, cuya producción domina los mercados mundiales.

El Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Humano para erradicar la pobreza abunda en elementos de juicio que demuestran que los problemas que se plantean tendrían solución si se tomaran las medidas necesarias. Y proporciona abundantes ejemplos acerca de los casos en que algunas de estas situaciones han encontrado soluciones positivas. Una reserva sin embargo merece destacarse: es la contradicción que existe entre los organismos internacionales, Fondo Monetario, Banco Mundial y Organización Mundial de Comercio que regulan la situación económica, y las medidas que aconseja el Informe. La simple lectura de las situaciones que se denuncian, contrapuestas con los compromisos que imponen aquellas organizaciones, cancelan todas las posibles soluciones y colocan a los países en desarrollo o subdesarrollados a un callejón sin salida.

Si no existen radicales cambios políticos en la orientación de la economía mundial, la catástrofe que anuncian las dramáticas dimensiones del Informe de Naciones Unidas, será inevitable.

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