EL DERECHO AL DESARROLLO ES TAMBIÉN UN DERECHO HUMANO: SUEÑO REALIZABLE
por Nidia Díaz
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No son pocos los incautos que, atrapados inconscientemente en algunos espejismo, aún ven al capitalismo como un sistema atrayente en el que sólo con esfuerzo se puede llegar a tener todo lo que materialmente necesita el ser humano, envuelto en policromado papel de regalo.

Otros reconocen el deceso del capitalismo benefactor pero se resisten a ver deshechas sus pompas de sueños y argumentan aquello de que «bueno, no todos son ricos pero pueden pasar vacaciones más allá de sus fronteras o logran tener un automóvil, etc. etc.»

Pensando en ellos me quedé hace unos días cuando un despacho de la agencia alemana DPA comentó:

«Venezuela, otrora conocida como la nación saudita latinoamericana y por la masiva predilección de su clase media por Miami, vive hoy otra realidad, cruda pero inocultable: más del 70% de la población sobrevive en la pobreza»

La agencia reproducía informaciones ofrecidas por Vicente León, ejecutivo de una de las firmas privadas que estudia allí la situación social y su incidencia en el desarrollo comercial y admitía que «en los últimos diez años la escala de pobreza ha subido en más de cinco millones de personas, que se sumaron a las que ya antes vivían en esa situación».

En el poderoso país petrolero que dos décadas atrás percibió unos 250.000 millones de dólares por la venta de crudo, la pobreza crítica se cierne sobre el 37'5% de la población y la moderada sobre el 38%, cifra integrada por aquellos que si bien pueden costear la canasta básica no pueden asumir los gastos de electricidad, agua, transporte, educación, salud y vivienda.

Sin embargo, este no es un caso aislado. No por casualidad la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el período comprendido entre 1997 y 2006 como el primer Decenio de la ONU para la erradicación de la pobreza. Antes, en 1995, en Copenhague, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social alertó sobre las graves consecuencias de esta nueva peste universal y llamó a los gobiernos a aunar voluntades y trazar estrategias que logren un desarrollo sustentable donde los índices macroeconómicos redunden en equidad y justicia social.

Declaraciones y altruismos que tristemente no pasan de ser letra muerta. Basta echar una ojeada a la Carta Internacional de Derechos Humanos en la que nada se dice sobre el derecho al desarrollo.

Por qué vía si no se puede salir del círculo vicioso del hambre, la pobreza y la marginalidad. O es que en los umbrales del nuevo milenio la caridad podrá potenciarse como solución al acuciante problema de los menesterosos del Planeta.

Según datos de Naciones Unidas se necesitarían 40.000 millones de dólares anuales para salvar la brecha entre los ingresos mínimos que necesitarían para dejar de ser pobres.

Asimismo, proporcionar acceso universal a los servicios sociales básicos y transferir recursos encaminados a aliviar la pobreza costaría alrededor de 80.000 millones de dólares, lo que constituye menos del patrimonio neto combinados de las siete personas más ricas del mundo.

En ese mundo donde casi 1.000 millones de personas son analfabetas, igual número no tiene acceso a agua potable, 850 millones no tienen suficientes alimentos y donde la tercera parte de la población de los países menos adelantados muere antes de llegar a los 40 años.

Hace apenas tres décadas se hablaba de las obvias diferencias entre los países desarrollados con la complacencia por parte del Norte de que estaban muy bien delimitados.

Hoy, la aplicación del neoliberalismo y sus políticas de exclusión comienzan a emparejar en el mismo polo de los venidos a menos a ciudadanos de uno y otro mundos.

Las cifras hablan por sí solas: en los países industrializados, más de 100 millones de personas viven en la pobreza y, en Europa Oriental y la ex Unión soviética, los que viven por debajo de ese índice pasaron de 10 millones a 120 millones, en poco más de un lustro.

Los fotógrafos del mundialmente famoso National Geographic Magazine comienzan a diversificar el universo de sus imágenes y junto a las tradicionales de los niños negros hambreados, acostumbrados a servirles de modelos, comienzan a asomar tímidamente los rostros de muchos otros que nada tienen que ver con el continente africano.

El derecho al desarrollo y no por la vía de la caridad y los paliativos sino por el de la transferencia tecnológica, los intercambios y créditos justos y la estricta garantía de satisfacer los derechos humanos indispensables, sería forma adecuada --aunque no la única-- para que este mundo lleno de injusticias pueda enrumbar por otros caminos y convertir en realidad lo que en el mundo de hoy parecería un sueño.

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