Aula de poesía Miguel Hernández
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Director de ESPAÑA ROJA, AMARILLA Y MORADA
«Coplas a la muerte de su padre» de Jorge Manrique

edición electrónica de Lorenzo Peña

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
   contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
   tan callando.
¡Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
   da dolor!
¡Cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
   fue mejor!

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
   y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
   por pasado.

¡No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
   lo que espera
más que duró lo que vio!
Pues que todo ha de pasar
   por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
   que es el morir:
allá van los señoríos
derechos a se acabar
   y consumir.
Allá los ricos caudales
allá los otros, medianos
   y más chicos,
allegados son iguales,
los que viven por sus manos
   y los ricos.

Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
   y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
   sus sabores.

A aquél sólo me encomiendo,
aquel sólo invoco yo
   de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo no conoció
   su deidad.

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
   sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
   sin errar.

Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
   y llegamos
al tiempo que fenecemos,
así que cuando morimos
   descansamos.

Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
   como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquel
   que atendemos.

Y aun aquel Hijo de Dios
para subirnos al cielo
;  descendió
a nacer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
   do murió.

Si fuese en nuestro poder
tener la cara fermosa
   corporal,
como podemos hacer
el ánima gloriosa
   angelical,
¡Qué diligencia tan viva
tuviéramos toda hora
   y tan presta,
en componer, la cativa,
dejándonos la señora
   descompuesta!

Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
   y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
   las perdemos.
Dellas deshace la edad,
dellas casos desastrados
   que acaecen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
   desfallecen.

Decidme, la fermosura,
la gentil frescura y tez
   de la cara,
la color y la blancura
cuando viene la vejez,
   ¿cuál se para?

Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
   de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
   de senectud.

Pues la sangre de los godos,
y el linaje, y la nobleza
   tan crecida,
¡por cuántas vías y modos
se sume su gran alteza
   en esta vida!

Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
   que los tienen!
Y otros, por no tener,
con oficios no debidos
   se mantienen.
Los estados y riqueza,
que nos dejan a deshora,
   ¿quién lo duda?
¡No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
   que se muda!

Que bienes son de fortuna
que revuelve con su rueda
   presurosa,
la cual no puede ser una,
ni estar estable ni queda
   en una cosa.

Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
   con su dueño:
por eso ¡no nos engañen,
pues se va la vida apriesa
   como sueño!
Y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
   temporales,
y los tormentos de allá,
que por ellos esperamos,
   eternales.

Los placeres y dulzores
desta vida trabajada
   que tenemos,
¿qué son sino corredores,
y la muerte la celada
   en que caemos?

No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
   sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
   no hay lugar.

Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
   ya pasadas,
con casos tristes llorosos
fueron sus buenas venturas
   trastornadas.

Así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
   y prelados
así nos trata la Muerte
como a los pobres pastores
   de ganados.

¡Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos,
   ni sus glorias!
¡Dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
   sus historias!

¡No curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
   qué fue dello!
Vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
   como aquello.

¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los Infantes de Aragón,
   ¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
   como trujeron?

Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras,
   y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
   de las eras?

¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
   sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
   de amadores?
¿Qué se hizo aquel trobar,
las músicas acordadas
   que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
   que traían?

Pues el otro su heredero,
don Enrique, ¡qué poderes
   alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo en sus placeres
   se le daba!

Mas veréis cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
   se le mostró,
habiéndole sido amigo,
cuán poco duro con él
   lo que le dio.

Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
   llenos de oro,
las vajillas tan fabridas,
los enriques y reales
   del tesoro;
los jaezes, los caballos
de su gente y atavíos
   tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
   de los prados?

Pues su hermano el inocente,
que en su vida sucesor
   se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo, y cuánto gran señor
   le siguió!
Mas, como fuese mortal,
metiólo la muerte luego
   en su fragua.
¡Oh jüicio divinal!
Cuando más ardía el fuego,
   echaste agua.

Pues aquel gran condestable,
maestre que conocimos
   tan privado,
no cumple que dél se hable,
sino sólo que lo vimos
   degollado.

Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
   su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿fuéronle sino pesares
   al dejar?
Pues los otros dos hermanos
maestres tan prosperados
   como reyes,
que a los grandes y medianos
trujieron tan sojuzgados
   a sus leyes.

Aquella prosperidad
que tan alta fue sobida
   y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que estando más encendida
   fue amatada?

Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes,
   y barones
como vimos tan potentes,
dí, Muerte, ¿dó los escondes
   y traspones?

Y las sus claras hazañas
que le fizieron en las guerras
   y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras
   y desfazes.

Las huestes innumerables,
los pendones y estandartes
   y banderas,
los castillos impunables,
los muros y balüartes
   y barreras.

La cava honda chapada,
o cualquier otro reparo,
   ¿qué aprovecha?
que, si tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
   con tu flecha.

Aquel de buenos abrigo,
amado por virtuoso
   de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
   y tan valiente.

Sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
   pues los vieron,
ni los quiero hacer caros,
pues el mundo todo sabe
   cuáles fueron.

¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados
   y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados
   y valientes!

¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
   ¡Qué razón!
¡Qué benigno a los subjetos,
y a los bravos y dañosos,
   un león!

En ventura Octavïano,
Julio César en vencer
   y batallar,
en la virtud Africano,
Aníbal en el saber
   y trabajar;
En la bondad un Trajano
Tito en liberalidad
   con alegría,
en su plaza Aureliano.
Marco Atilio en la verdad
   que prometía.

Antonio Pío en clemencia,
Marco Aurelio en igualdad
   del semblante,
Adriano en elocuencia,
Teodosio en humildad,
   y buen talante,
Aurelio Alexandre fue
en disciplina y rigor
   de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor
   de su tierra.

No dejó grandes tesoros
ni alcanzó grandes riquezas
   ni vajillas,
mas hizo guerra a los moros,
ganando sus fortalezas
   y sus villas.

Y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
   se perdieron,
y en ese oficio ganó
las rentas y los vasallos
   que le dieron.

Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados
   ¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos y criados
   se sostuvo.
Después que hechos famosos
hizo en esta dicha guerra
   que hac¡a
hizo tratos tan hermosos
que le dieron aún más tierra
   que tenía.

Esas sus viejas historias,
que con su brazo pintó
   en juventud,
con otras nuevas victorias
ahora las renovó
   en senectud.

Por su gran habilidad,
por méritos y ancianía
   bien gastada,
alcanzó la dignidad
de la grand caballería
   del Espada.

Y sus villas y sus tierras
ocupadas de tiranos
   las halló
mas por cercos y por guerras
y por fuerza de sus manos
   las cobró.

Pues nuestro rey natural
si de las obras que obró
   fue servido,
dígalo el de Portugal,
y en Castilla quien siguió
   su partido.

Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
   al tablero,
después de tan bien servida
la corona de su rey
   verdadero.

Después de tanta hazaña
a que no puede bastar
   cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
   a su puerta.

Diciendo: «Buen caballero,
¡dejad el mundo engañoso
   y su halago!
Vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
   en este trago!
Y pues de vida y salud
hiciste tan poca cuenta
   por la fama,

¡esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
   que os llama!»
«¡No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
   que esperáis!
Pues otra vida más larga
de fama tan glorïosa
   acá dejáis.»

Aunque esa vida de honor
tampoco es eternal
   ni verdadera,
mas con todo es muy mejor
que la otra temporal
   perescedera.»

«El vivir que es perdurable
no se gana con estados
   mundanales,
ni con vida deleitable,
en que moran los pecados
   infernales.»

«Mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
   y con lloros;
los caballeros famosos
con trabajos y aflicciones
   contra moros.»

«Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
   de paganos,
¡esperad el galardón
que en este mundo ganastes
   por las manos!»

«Y con esta confianza,
y con la fe tan entera
   que tenéis,
¡partid con buen esperanza
que estotra vida tercera
   ganaréis!»
«¡No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
   por tal modo!
Que mi voluntad está
conforme con la divina
   para todo.
Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
   clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
   es locura.

«Tú, que por nuestra maldad
tomaste forma servil
   y bajo nombre;
Tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
   como el hombre.

Tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
   en tu persona,
no por mis merecimientos,
mas por su sola clemencia
   me perdona.»

Así con tal entender,
todos sentidos humanos
   conservados,
cercado de su mujer,
de sus hijos y hermanos
   y criados.

Dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
   en su gloria,
y, aunque la vida murió,
nos deja harto consuelo
   su memoria.