Frente unido ¿con quién y para qué?

por Lorenzo Peña


Madrid, sábado 8 de abril del 2000

El escrito de los compañeros Roberto Laxe y Teo Navarro «¿Qué futuro para Izquierda Unida?» --citado en adelante como `QFPIU'-- refleja sin duda una opinión bastante difundida entre un sector nada desdeñable de la base de Izquierda Unida.

Un gran mérito del escrito es criticar, con argumentos parcialmente certeros, el Pacto entre el PSOE e Izquierda Unida de febrero del 2000 que ha acabado de provocar el descalabro electoral de la coalición en los comicios del 12 de marzo del 2000.

Junto a ese mérito, he de señalar que, a mi modesto juicio, el escrito QFPIU incurre en graves errores, y que incluso lo que viene a sugerir o proponer sería, o habría sido, todavía peor que la línea oficial de la dirección de la coalición Izquierda Unida.

Un primer error del escrito QFPIU estriba en que no analiza cómo la principal causa del desmoronamiento electoral de Izquierda Unida del 12 de marzo del 2000 es el giro a la derecha de la coalición desde mediados o finales de 1996. Giro que fue larvado, lo cual agravaba --con una dosis de insinceridad taimada y de maquiavélica e impopular politiquería ladina-- un viraje ya de suyo condenable (por opuesto a los ideales que habían caracterizado a Izquierda Unida, aunque siempre con muchas inconsecuencias y vaguedades, durante los años 1987-96).

Tal viraje se hizo a la chita callando, de suerte que sólo retrospectivamente se ha ido dando cuenta el afiliado de base de su realidad. Se efectuó difuminando los perfiles de manera que es imposible decir cuándo tuvo lugar.

Mas evidentemente hacia fines de 1996 o comienzos de 1997 las posiciones de Izquierda Unida ya no eran las que había defendido la coalición hasta las elecciones de marzo de 1996 (insisto y recalco: nunca con la deseable rotundidad, nunca sin ambigüedades, nunca sin coletillas que dejaban peligrosas puertas abiertas). He aquí algunos aspectos de tal viraje:

  1. Se dejó de hablar de la República y de la lucha contra la monarquía, y se suplantó ese objetivo por el del `estado federal'. La adopción del federalismo distaba de concitar unánimes sentimientos de aprobación en las bases, y probablemente es sumamente impopular en el conjunto del pueblo español. En otro lugar he criticado duramente esa propuesta, que me parece desatinada e inadaptada a la realidad española. Mas lo importante aquí es cómo de hecho se reemplazó la consigna de la República por la del estado federal, con el pretexto de que «sabíamos» que el estado federal sería republicano; pretexto liviano y falso, porque hay monarquías federales: Bélgica, Canadá, Australia, Malasia; y entre nosotros fueron federales la monarquía catalano-aragonesa de la Edad media y la castellano-aragonesa de la Casa de Austria.
  2. Se pasó del discurso de `todos unidos contra las políticas de derecha' --que insistía en que la unidad con otras fuerzas sólo podía hacerse atendiendo a contenidos programáticos reales, nunca a meras denominaciones, nunca al significado de siglas-- al discurso de la `unidad de la izquierda', que proponía un acuerdo con el PSOE en virtud del significado de las siglas de éste.
  3. Se dejó de lado la lucha contra la Europa de Maastricht y contra el euro.
  4. No se hicieron movilizaciones en la lucha contra la reforma laboral del PP (precarización del empleo, despido barato) avalada por las cúpulas sindicales y respaldada por el PSOE. Aunque se votó en contra de esa reforma en el Parlamento, ése fue el primer y el último acto en contra de la misma. No se ha emprendido ninguna lucha por recuperar los derechos de estabilidad en el empleo de los trabajadores. Menos aún se continuó la denuncia de la previa reforma laboral del gobierno del PSOE, que ya había lesionado gravemente esos derechos.
  5. Tampoco se luchó contra la política de los gobiernos del PSOE y del PP de quebrar los derechos de estabilidad laboral de los funcionarios. Se silenció el tema y, en su lugar, sólo se luchó (y eso una vez) por el aumento de los sueldos de esos mismos funcionarios y empleados públicos (un asunto de importancia infinitamente menor).
  6. Tampoco se hizo nada (salvo el voto parlamentario) contra el pacto de Toledo --la política conjunta del PSOE y del PP para ir limando y corroyendo las pensiones, también avalada por las cúpulas sindicales.
  7. No se volvió a recordar el trágico y terrorífico balance del cuatuordecenio socialista (reconversiones, desmantelamiento de nuestra industria, despidos masivos, incremento vertiginoso del paro, ascenso meteórico del precio de la vivienda, paralización de las instituciones de vivienda social, ausencia casi total de planes de transporte público, catástrofe ecológica por las autopistas y el coche, euroservilismo, participación en la guerra contra Irak, GAL, ley Corcuera, Decreto Boyer, corrupción etc); y, como en política el que calla otorga, la gente fue teniendo cada vez más la mosca tras la oreja.
  8. No se volvió a repetir la idea de Anguita de un pacto por la industria, de un programa de lucha contra el modelo económico de la oligarquía proimperialista española (economía básicamente de servicios). Tampoco se volvieron a repetir los anteriores llamamientos de Anguita a favor de la empresa pública y de la planificación económica.
  9. Tampoco se repitieron los anteriores llamamientos de Anguita a favor de la exigibilidad de los derechos positivos nominalmente reconocidos en la constitución de la monarquía de 1978 (derecho a trabajar, derecho a una vivienda, derecho a un nivel de vida adecuado y a un régimen distributivo justo, ...).
  10. Reemplazáronse las metas de lucha que enfrentaban a Izquierda Unida con la oligarquía y sus servidores políticos por la reivindicación de las 35 horas, sin haberse hecho ni siquiera un sondeo para saber qué lugar ocupaba tal reivindicación en la escala de prioridades de los asalariados, de los desempleados y de otros sectores populares (a pesar de las lúcidas palabras de precaución que al respecto había formulado Julio Anguita en la campaña electoral de febrero-marzo de 1996, cuando a última hora el PSOE había esgrimido tal reivindicación en su programa electoral); en la práctica eso ha hecho que se abandonen las demás luchas --que eran las auténticamente planteadas en la sociedad española (lucha contra el euro, por los derechos de estabilidad laboral, por el empleo y el modelo de economía industrial, por los derechos positivos, etc).

Como el viraje ni siquiera se declaró con franqueza, la gente, que poco a poco fue percibiendo el cambio de tono, se sintió defraudada, por usar un vocablo suave.

El escrito QFPIU critica, con sobrada razón, la tesis de que `todo se explica por una invencible corriente de conservadurismo histórico que se adueña de la clase obrera'. Sin embargo, como el propio escrito QFPIU no diagnostica que la causa del fracaso electoral de Izquierda Unida es su viraje a la derecha desde 1996, incurre en incongruencia al rechazar esa explicación y al reprocharle que arroje sobre los trabajadores la responsabilidad de un fracaso que incumbe a las direcciones políticas y sindicales. Y es que hay que preguntar: ¿en virtud de qué actos y omisiones han incurrido en tal responsabilidad las direcciones políticas y sindicales? Y ¿qué direcciones?

Y es que está cargado de peligros decirlo así --que de suyo podría ser meramente una manera de hablar sin precisión ni rigor--. Porque la responsabilidad por el fracaso de Izquierda Unida es de la dirección de Izquierda Unida, no de otras direcciones políticas ni de las direcciones sindicales. Las cúpulas sindicales han traicionado los intereses de los obreros y asalariados (para no hablar ya de los desempleados a quienes nunca han querido representar). Mas su traición no explica el fracaso de Izquierda Unida. Tampoco viene explicado ese fracaso por la política reaccionaria y antipopular del PSOE, un partido de la oligarquía financiera y terrateniente.

Los aciertos o desaciertos del PSOE --dentro de lo que es ese partido desde que se convirtió en partido oligárquico, partido al servicio de los millonarios, de los banqueros, de los imperialistas y belicistas-- explicarán el flujo o el reflujo electoral del PSOE. Los aciertos o desaciertos de Izquierda Unida son los que explican el flujo y el reflujo de Izquierda Unida. Y es que no hay en absoluto ninguna ley o regla por la cual a menos votos del PSOE, menos de Izquierda Unida. La historia política electoral no avala ninguna ley ni generalización de esa índole. Al revés: justamente una prueba del descalabro electoral y de la pérdida de credibilidad de IU la constituye el hecho de que no ha sido capaz de atraerse a sectores desengañados de la política del PSOE y que --con una dirección menos desacreditada, por acción y por omisión-- normalmente hubieran tendido a engrosar el electorado de una formación de izquierda.

Sólo sirve para confundir las cosas aducir aquí la conducta de las cúpulas sindicales o diluir, con un plural, la exclusiva responsabilidad de la dirección de Izquierda Unida.

Por otro lado, un escrito de esta índole ha de decir si comparte o no la creencia de los líderes de Izquierda Unida de que, si la gente no ha votado por ellos, es porque está aburguesada, porque ha mejorado su vida por el empleo precario y eso le ha dado un bienestar material, un confort, casi lujo, que ha hecho que voten por `la derecha'. Que ése es el pensamiento de la dirección de Izquierda Unida es algo que no probaré aquí, pero que se puede perfectamente corroborar con declaraciones recientes, que dicen explícitamente lo que ya venía antes insinuándose.

El documento aquí comentado no se pronuncia al respecto; no entra a refutar esa visión de las cosas. Y es un tema que no cabe omitir.

Naturalmente es difícil demostrar que, si la coalición Izquierda Unida hubiera mantenido su política de 1992-96, si no hubiera efectuado el larvado viraje a la derecha de 1996 y años sucesivos, habría podido obtener buenos resultados electorales. Puede haber muchas causas que entren en el ánimo de los electores.

Mas es un hecho que el PP apenas ha aumentado el número de sus votantes (ha pasado de 9.716.006 votantes a 10.230.345, y eso cuando el censo electoral había aumentado en un millón y medio), al paso que el porcentaje de votantes sobre el censo ha bajado de 77,38% a 69,98%, y la abstención ha pasado de 22,62% a 30,02% (9.919.545 españoles con derecho a voto se han abstenido), habiendo aumentado también, en proporción significativa, el número de votos blancos y nulos (blancos: 366.137, o sea 1,58% del total; nulos: 156.020, un 0,67%), así como el de personas que han votado por candidaturas sin esperanzas de obtener escaños. Con relación al censo electoral, han bajado el PP, el PSOE y casi todos los grupos con representación en el Congreso.

No pretendo que esos datos por sí solos refuten de modo irrebatible la tesis de un electorado aburguesado y satisfecho que apoya a la situación, mas --a menos que se aduzcan otras aclaraciones-- los datos sí apuntan a una morosidad, un malestar, un creciente rechazo de la actual pseudodemocracia, un no sentirse la gente atraída ni representada por las principales formaciones políticas.

Lo que parece perfilarse es que la gente, en número creciente, se aparta del sistema, le da la espalda. El número de abstencionistas, votos blancos y nulos y votos por grupos extraparlamentarios supera al de los votantes del PP, el cual no ha alcanzado el sufragio ni siquiera de un tercio de los españoles con derecho a votar. El principal bloque electoral ha sido, pues, el del rechazo al sistema.

Desde luego no se me oculta que el rechazo tiene muchos matices y muy diversas causas; que unos se abstienen de votar por unas razones, otros por otras totalmente distintas. Los habrá que lo hagan por pura comodidad o por desconocimiento. El hecho es que cada uno de los abstencionistas ha tenido la opción de votar y ha decidido no votar (o, lo que para el caso es igual: no ha decidido votar). Y ese hecho es ya un despego del sistema vigente.

Nada, absolutamente nada de todo eso aparece reconocido en el escrito que critico, al paso que se insiste en la TREMENDA RESPONSABILIDAD DE UNAS DIRECCIONES SINDICALES QUE HAN COLABORADO ESTRECHAMENTE CON EL GOBIERNO DEL PP Y LA PATRONAL Y QUE HAN DESARMADO Y SOMETIDO A UNA PROLONGADA DESMOVILIZACIÓN AL MOVIMIENTO OBRERO. Bueno, la verdad es que esas cúpulas sindicales serán responsables de lo que les pase a los sindicatos, mas no de lo que le pase a Izquierda Unida. La traición de las cúpulas es un dato objetivo, un hecho de transfondo. ¿Dónde están los datos que prueben el entusiasmo de las masas por la línea de traición de tales cúpulas? No, no hay tales datos. ¡Que cada palo aguante su vela! Quien se presentaba a las elecciones era Izquierda Unida, no eran los sindicatos. No vale escudarse en lo malas que son esas cúpulas, en lo malos que son los medios de incomunicación borbónicos (por otra parte nunca denunciados rotundamente y sin paliativos por los líderes de la coalición Izquierda Unida); de nada vale echar las culpas a otros, sean quienes fueren.

También se lamenta el escrito QFPIU de que no escuchemos, entre las razones de la debacle electoral de Izquierda Unida, `la pesada herencia del felipismo que durante 14 años ... relacionó la izquierda y el socialismo con el neoliberalismo del converso'. No lo escuchamos porque sencillamente no es una razón de la debacle electoral de Izquierda Unida. El que en el cuatuordecenio 1982-96 hayan los gobiernos de D. Felipe Glz Márquez aplicado con extrema dureza el más intransigente y duro neoliberalismo (que ha dejado pequeño el fervor neoliberal del PP en el último cuatrienio), eso no puede explicar que Izquierda Unida haya perdido más de la mitad de sus electores entre 1996 y 2000. Explicar ni siquiera explica la propia pérdida de votos del PSOE en ese arco de cuatro años; pero, en todo caso, el desmoronamiento de Izquierda Unida es obra de Izquierda Unida. Ese terrible y espantoso balance lo único en que influye aquí es en repercutir sobre Izquierda Unida cuando Izquierda Unida cesa de denunciarlo.

El escrito QFPIU piensa que el pacto con el PSOE de febrero del 2000 no podía evitar la catástrofe electoral porque `ningún pacto de última hora podía cambiar por arte de magia unas relaciones de fuerza entre capital y trabajo incubadas a lo largo de años, primeramente de gestión socialista neoliberal y después, ya con el PP en el poder, de una paz social sin precedentes desde la transición, facilitada por las direcciones de CCOO y UGT con su política de pactos y de desmovilización'.

La verdad es que quiero creer que los compañeros autores del escrito QFPIU no se han fijado bien en lo que han escrito aquí. Parece que el pacto en sí es bueno (un pacto con la fuerza oligárquica reaccionaria culpable de tantas fechorías que ellos mismos reconocen), pero que lo único malo es que fuera de última hora y que se llevara a cabo en condiciones en las que se daban esas `relaciones de fuerza entre capital y trabajo' y esa paz social. Con otras palabras, parece que se suman al diagnóstico oficialista de que los obreros españoles viven en paz social. La realidad no confirma tal visión. Ya hemos visto el masivo rechazo del régimen monárquico, plasmado en un tercio de españoles que, teniendo derecho de voto, no estarán representados en el Congreso.

No, no es que las masas estén aburguesadas (tesis oficialista) o inmersas en paz social. Al revés, hay un sentimiento extendidísimo de rechazo, de malestar, de repudio del actual sistema oligárquico (hasta el escrito aquí comentado, QFPIU, reconoce que `muchos trabajadores, entre ellos la mayoría de los jóvenes, afirm[a]n con desprecio que todos los políticos son iguales' y que al PP lo `ha hecho bueno la propia izquierda, particularmente los dirigentes sindicales' (tal vez un modo de reconocer, con circunloquios, que la política del PSOE en el gobierno fue todavía peor incluso que la del PP, si cabe).

Si esa mayoría de jóvenes expresa así su rechazo del sistema político vigente es porque ve que en él todos se acoplan a los engranajes y rodajes de la supremacía oligárquica y nadie lucha por las aspiraciones de las masas populares.

El escrito QFPIU añade: `el pacto era malo. Se trataba de un pacto electoralista y precipitado, de un pacto por arriba, sin contar con las bases. Con ese pacto renunciábamos a las reivindicaciones que nos daban un perfil más comprometido con los intereses de trabajadores y jóvenes (ley de 35 horas, ilegalización ETT's, reforma fiscal, privatizaciones) y acabábamos alineándonos sobre el programa social-liberal del PSOE y sobre su política centralista ante las nacionalidades'.

¿Hubiera sido bueno un pacto así si no hubiera sido precipitado? El problema no es la precipitación. Un pacto de investidura con el PSOE sólo podía ser así: era el único posible. Pero lo peor del pacto no es lo que dice el escrito, porque éste silencia el abandono de la lucha contra la reforma laboral y el pacto de Toledo, silencia la lucha por la República, silencia la lucha por la empresa pública (la críptica referencia a las privatizaciones abre interrogantes), silencia la lucha por una política exterior de neutralidad, silencia la solidaridad con el pueblo yugoslavo en la lucha común contra el imperialismo yanqui.

Y, silenciando todo eso, pone en cambio cosas que, como la supuesta `política centralista ante las nacionalidades' del PSOE, distan de figurar entre las prioridades de la gente. Personalmente juzgo, por el contrario, que el Pacto abogaba por una España cuarteada en reinos de taifas y virtualmente confederal; y creo que las masas apoyarían mayoritariamente el centralismo democrático, el unitarismo flexible y respetuoso de las particularidades de determinadas regiones. Un programa que no ha tenido valor ni sagacidad para abordar ninguna de las fuerzas monárquicas, porque prefieren entenderse con las altas burguesías disgregacionistas (otro de los factores que pasan por alto los autores del texto aquí comentado).

Lo más equivocado tal vez del escrito QFPIU es esta tesis: `No era inevitable que IU llegara hasta donde llegó. Podía haber suscrito un acuerdo de investidura en donde se comprometiera a impedir un gobierno de la derecha votando a Almunia frente a Aznar. Para eso no hacía falta ni siquiera acuerdo programático. Podía también haber llegado a un acuerdo de mínimos para defender, en las instituciones y en la calle, las reivindicaciones más elementales y urgentes, sin necesidad de asumir responsabilidad por un programa ajeno y sin tener que esconder las diferencias de fondo'.

De hacer eso Izquierda Unida, habría hecho justamente lo que más había criticado Julio Anguita en 1991-96: apoyar a fuerzas reaccionarias del sistema monárquico sólo por el significado de sus siglas; comprometerse a votar a su favor aun sin concertar ningún programa común.

Las masas descontentas con el sistema monárquico y oligárquico saben que Almunia y Aznar son iguales. Millones de votantes se dicen `con mi voto, no'. Esa línea de comprometerse a votar a Almunia para `impedir un gobierno de la derecha' (como si el PSOE no fuera derecha) habría espantado y alejado de votar a Izquierda Unida igual que el pacto concluido. Y, si se promete el voto bajo cuerda y no se les dice a las masas, peor: sería perfidia (de la cual ya ha habido mucha).

Y ¿qué programa de mínimos? ¿Las vaguedades de rigor de `una sociedad más justa, progresiva, democrática, participativa, moderna, ...'? O ¿qué? ¿De qué se habla? ¿Qué mínimos? ¿Cuál es el mínimo compatible con subir y bajar las pensiones, con entrar en Eurolandia y salir de ella, con bombardear al pueblo yugoslavo y estar a su lado, con imponer el despido barato y luchar por la estabilidad laboral? ¿Cuál es el mínimo compatible con la lluvia y la sequía, con comer y pasar hambre, con vivir y morir? ¿Cuáles son esas reivindicaciones más elementales y urgentes que dizque podría apoyar el PSOE? Hay que decir cuáles son y qué ha hecho o dicho el PSOE --y concretamente qué ha hecho o dicho el Sr Almunia-- a favor de tales reivindicaciones, algo que permita hacer creíble la propuesta.

Termino con esta observación: para los amigos que han escrito QFPIU `el objetivo del gobierno es convertir su victoria electoral en una gran derrota de los trabajadores y de los pueblos, en un retroceso generalizado de las conquistas, la conciencia y la organización obrera'. Difícilmente el gobierno monárquico puede tener ese objetivo, o el de convertir el pan en vino, o el agua en oro.

El descalabro de Izquierda Unida el 12 de marzo (deserción de más de la mitad de sus electores) y la pérdida de un quinto de sus votos del PSOE, así como el ligero aumento del número de votantes del PP, todo eso junto no constituye ninguna derrota de los trabajadores; porque las alternativas viables y factibles el 12 de marzo --igual que hace 4 años, igual que hace 8 años, igual que hace 12 años, igual que hace 16 años-- eran equivalentes desde el punto de vista de los trabajadores: se trataba de la alternativa entre el triunfo electoral de una u otra fuerza oligárquica. Que gane una de ellas y no la otra no es una derrota de los trabajadores. Ni puede ningún mago convertir tal triunfo en lo que no es. Igual que nadie puede convertir el triunfo del Arsenal sobre el Manchester en una derrota del proletariado británico. Ni siquiera tiene sentido.

Eso sí, hay un revés para las masas populares con relación a Izquierda Unida. Mas el revés no estriba en el descalabro electoral, sino en la orientación de la coalición, en su alineamiento con fuerzas y posiciones oligárquicas, en su abandono de posiciones anti-sistema que se ha ido produciendo y agravando desde 1996. Quienes estamos contra el sistema no hemos perdido nada el 12 de marzo del 2000.

No queremos --como lo propone el escrito aquí comentado-- `un frente unido de todas las organizaciones políticas y sociales que se reclaman de los trabajadores y de la defensa de los derechos democráticos y nacionales'. No; no cuenta `de quiénes se reclame uno' (dejando ya lo oscuro de esa jerga, que ni siquiera es una expresión correcta del español), sino qué es. Si se quiere postular el frente unido con el PSOE, ¡que se diga y se argumente, demostrando que ES de los trabajadores!

Si quisiéramos formar un frente unido con cuantos `se reclaman de la defensa de los derechos democráticos y nacionales', habríamos de unirnos con las fuerzas de las altas burguesías secesionistas disgregadoras, que aspiran a colocar fronteras que separen a los hermanos, a los parientes, a las familias; que quieren que en las regiones más opulentas de España no sólo no sean inmigrantes legales los que carecen de DNI (al paso que nosotros abogamos por la libre inmigración irrestricta), sino que también quieren quitar el derecho de migración legal a los trabajadores de otras regiones españolas.

Y eso de reclamarse de los derechos democráticos ¿a quién excluye? No sólo no deja fuera a ningún partido parlamentario sino tampoco a los extraparlamentarios, salvo tal o cual excepción irrisoria.

Para concluir, juzgo muy valioso y positivo que nos brinden sus reflexiones los compañeros ROBERTO LAXE & TEO NAVARRO; creo que en un punto llevan razón (a saber: la dirección de Izquierda Unida ha incurrido en graves errores y responsabilidades y a ella es achacable la debacle de IU). En lo demás, pienso que no han dado esta vez en el clavo. Seguiremos discutiendo, espero.



Lorenzo Peña

Madrid, jueves 2000-02-24


_______ _______ _______

Volver al portal de ESPAÑA ROJA
Enviar un mensaje electrónico a
Lorenzo Peña
eroj@eroj.org
Director de ESPAÑA ROJA

volver al comienzo del documento

_________ _________ _________

mantenido por:
Lorenzo Peña
eroj@eroj.org
Director de ESPAÑA ROJA