EDITORIAL:

« España Roja » o «La Comuna Terráquea»

Nace España Roja: Tribuna Electrónica de Gente de a Pie. Que sepamos es la primera vez que aparece en nuestra Patria una publicación periódica con ese título de `España Roja'. (En los años 30 hubo publicaciones del partido comunista con denominaciones parecidas, como `Catalunya Roja' en Cataluña, o `Mundo Rojo' en Madrid.)

Puede este título --como tal vez cualquier otro-- producir confusión o inducir a equivocaciones, que conviene disipar desde el primer instante. No espere nadie encontrar aquí una reafirmación más o menos nostálgica de principios, una especie de retorno al estilo de pensamiento político comunista de los años 20 ó 30, un llamamiento a la revolución proletaria. No estamos en ésas. La vida ha cambiado; el pensamiento político también.

Sin nostalgia ni añoranza de los viejos buenos tiempos en los que la pequeña minoría anticapitalista ansiaba con palpitación el próximo segundo adviento revolucionario, lo que sí constituye empero razón de ser de nuestra naciente publicación electrónica es que --al igual que lo hacían los militantes de una o dos generaciones atrás que luchaban contra el establishment burgués-- dedicamos nuestros afanes a propiciar el bien común, o sea la comunidad de bienes; e.d. a contribuir --dentro de nuestras modestísimas posibilidades-- a fomentar una conciencia pública que facilite el ulterior establecimiento de una comuna terráquea en la que los miembros de la humana familia lo posean todo en común y --al menos en líneas generales-- ajusten a pautas de equidad, igualdad, hermandad y generosidad sus relaciones mutuas (así como sus relaciones con parientes nuestros de otras especies animales, no humanos), colocando, por delante de cualquier otro, el criterio distributivo de repartir el uso de los bienes comunes atendiendo a las necesidades de cada individuo.

Esa proyección al futuro --que no al pasado-- es lo que simbolizamos con el color rojo. ¿Por qué el rojo en lugar del violeta, igual de vistoso pero menos violento? ¿O del verde, al que tanto echamos de menos quienes --machadianos o no-- contemplamos las llanuras áridas de nuestra meseta carpetovetónica? ¿O el azul, color usual de nuestros cielos, cuya alegría primaveral nos produce euforia en un 14 de abril recordando una hermosa fecha de nuestra historia? ¿No es bonito el amarillo de las silvestres flores primaverales que también pueden servir de símbolo al empeño por una sociedad de justos e iguales?


Que los símbolos son --en mayor o menor medida-- arbitrarios es algo perfectamente admitido; y admitido con verdad (porque podría ser falso, por muy unánimemente admitido que estuviera). El signo o símbolo más presuntamente pictórico tiene dosis de contingencia, de inmotivación. Una señal de cruce de carreteras tendrá algún parecido con un cruce real, pero el parecido es relativo; hubiera podido diseñarse una señal sumamente diferente para lo mismo. Una palabra onomatopéyica tendrá igualmente similitud con un sonido al que alude, mas de nuevo sólo hasta cierto punto. La mayoría de los símbolos, por otra parte --cualquiera que haya sido su motivación o inmotivación inicial (¡discútanlo los especialistas, que no es asunto nuestro!)-- van modificándose de tal manera que al cabo ya no ve uno similitud entre el signo y lo por él significado: entre un río y la palabra `río' (aunque eso tampoco quiere decir que el uso individual de una u otra palabra sea, en general, arbitrario o inmotivado).

Si la teoría de la arbitrariedad de los signos ha de tener sus límites, hay en ella un meollo racional y sin duda válido; y es que, según ha quedado ya indicado, cada símbolo se escoge en parte por consideraciones fortuitas ajenas a la índole de lo simbolizado o a la relación misma de simbolización; o sea por convención. Eso es palmario en el caso de los estandartes y pendones. Ya el mero hecho de ir a la lid portando un trozo de tela de determinados colores refleja una convención entre contendientes. En la Antigüedad no se practicaba tal convención, sino que los ejércitos se afrontaban agrupándose en torno a otras insignias (como las águilas de los romanos). Es la Edad Media la que inaugura esta moda que todavía seguimos. Aún más pasos en la vía de la convención hay que dar para que ese trozo de tela (bandera, estandarte, pendón) sea usado permanentemente como signo de un determinado colectivo (una nación, una dinastía, un gremio, una clase social, un ayuntamiento, un equipo deportivo). Antes era sólo un emblema de combate. Luego se ha ido transformando en un símbolo constante de la existencia y permanencia del colectivo en cuestión.

Es casual, fruto del azar, que la bandera portuguesa sea roja y verde; o que coincidan los colores de las banderas del Irán, Italia y México (o los de las de Francia, Holanda y Rusia). Siendo todo ello así, ¿qué importancia tiene que se haya escogido --también seguramente por casualidad-- un pendón colorado como símbolo de la lucha anticapitalista y emblema de las clases sociales más interesadas en el triunfo de esa lucha? Y, de carecer eso de importancia, ¿a qué volver ahora, a estas alturas, con exhibiciones colorísticas que a algunos les resultarán como reminiscencias de un sueño apocalíptico hoy desfasado?

Dejamos a otros el estudio histórico del porqué de la elección del color bermejo o escarlata como símbolo revolucionario. Imaginar, podemos imaginarnos muchas cosas. Ese color puede simbolizar la sangre derramada cuando las protestas, inicialmente pacíficas, de los de a pie fueron --y han seguido siendo tantísimas veces, incluso hoy en muchas partes del planeta-- sofocadas cruelmente por los acaudalados y los gobernantes a ellos favorables. Ese color puede representar a los mártires de la causa de la justicia. También puede significar esa misma sangre, aun sin derramarse, como fluido vital, siendo así un símbolo de la vida; o la sangre chupada, simbolizando de ese modo a quienes sufren y son explotados en beneficio de unos pocos. Y puede significar el metal cuando se fragua o se forja, cuando en el yunque sufre la acción del martillo --lo cual remite a muchas otras simbolizaciones.


Sea de todo ello lo que fuere, el rojo es ya en los años 30 del pasado siglo un símbolo de la tendencia ideológico-política que postula el establecimiento de una comunidad de bienes. En Francia en ese período el adjetivo `rouge' viene usado --según el diccionario Grand Larousse de la Langue Française-- con la significación de `miembro del partido comunista'. Pero de `miembro del partido comunista' en la acepción que entonces tenía esa locución.

Por `partido' aún no se entendía una organización estructurada que tenga una actuación colectiva, unas autoridades o una dirección nombradas según ciertos estatutos; ni nada por el estilo. Partido tal o cual era entonces un bando, el conjunto o cúmulo de partidarios de la causa tal o cual. Así, durante una de nuestras guerras civiles, la Guerra de Sucesión (1701-1714) entre las casas de Austria y de Borbón, el partido austriacista era el conjunto de adeptos de quien había sido entronizado en Barcelona como rey Carlos III de España (a quien la historia oficial --la de quienes vencieron en aquella contienda civil-- representa como el usurpador Archiduque Carlos de Austria, reservándose el ordinal 3º de los Carlos para el monarca borbónico al que así solemos llamar y al que esa misma historia oficial nos quiere pintar como un ilustrado).

Tampoco tenía la palabra `comunista' exactamente el mismo sentido en 1830 que en 1980, p.ej. Un comunista era en 1830 un partidario del bien común (e.d. de la comunidad de bienes), independientemente de cuáles fueran, o dejaran de ser, sus convicciones religiosas, filosóficas, sociológicas u otras. Comunistas, en esa acepción, habían sido pensadores y activistas como Tomás Münzer, Sto. Tomás Moro, Tomás Campanella, Gerard Winstanley, Mably, Graco Babeuf, etc. La palabra aparece en los escritos de autores franceses en los años 1830-40, como Lamennais, Sainte-Beuve y George Sand. Renan diría algo más tarde: `L'esprit communiste qui fut l'essence du christianisme naissant'. El gran poeta inglés jesuita Gerard Manley Hopkins también se profesó comunista en los años de 1870.

Los orígenes del comunismo son muy anteriores, remontándose a los filósofos estoicos, como Crisipo, y en parte al mismo Platón, en el siglo V antes de JC; y muchos padres de la Iglesia cristiana también fueron claramente proclives al comunismo. San Ambrosio afirma: `natura omnia sunt communia' (De officiis ministrorum): por naturaleza, todos los bienes son comunes. Para S. Ambrosio, S. Juan Crisóstomo, S. Jerónimo y otros Padres de la Iglesia, la propiedad privada es fruto del pecado y de la injusticia. Condenan la apelación de `res mea, possessio mea', ya que la naturaleza lo hizo todo en común. Verdad es que no faltan voces entre los Padres de la Iglesia que parecen ir en sentido contrario, como S. Basilio, quien dice que Dios ha querido la propiedad privada y que, por ende, es lícita; el propio S. Juan Crisóstomo dice que las riquezas de suyo no están prohibidas. Sto. Tomás de Aquino dice que la propiedad privada viene del derecho de gentes, no siendo de derecho natural. Todas esas declaraciones han suscitado controversias exegéticas. No nos resultaría nada forzado brindar de todos esos asertos una lectura que, grosso modo, manifestara la clara preferencia, desde el punto de vista del derecho natural, por la propiedad común, y que sólo excusara o disculpara la propiedad particular en determinadas sociedades, como mal menor o inevitable. (Te es lícito tener tu piso en una sociedad en la que, o es eso o careces de hogar en que vivir decentemente.)

La opinión de que, por derecho natural, los bienes son de propiedad colectiva y no particular continuó siendo debatida en el Renacimiento y en la floreciente Escolástica española posrenacentista (Molina, Suárez, Báñez etc). Desgraciadamente en ese período se invierte la tendencia. Doctrinalmente la Iglesia católica se hace más reaccionaria y sus pensadores se inclinan a defender sin matices la propiedad privada. En el siglo XVII prosigue el debate, y en él participa también Leibniz --ya después de la actividad de los true levellors o genuinos niveladores, encabezados por Gerard Winstanley, durante la revolución inglesa de mediados del siglo XVII. A Leibniz no se le escapa la precariedad de los títulos de propiedad privada; mas también la defiende con argumentos pragmáticos. Lo que nos interesa empero es ver que seguía vivo el problema, que nunca se eclipsó el tema de si los bienes habrían o no de ser comunes. Hay quien alega que el comunismo religioso de los anabaptistas del Renacimiento y el de los true levellors de la revolución inglesa no ejerció influencia, sino que ha sido redescubierto por los historiadores posteriores. Haya o no poca o mucha verdad en tal alegato, lo seguro es que el tema estaba ahí, calentito, candente, suscitando siempre una polémica dura, porque a los privilegiados y a quienes se inclinan o acercan a ellos se les erizan los pelos en cuanto se cuestiona la licitud de la propiedad privada.

Si el Papa León XIII, en su famosa Encíclica Rerum Novarum, declara al final, como doctrina oficial de la Iglesia, que la propiedad privada está avalada por la naturaleza misma, su posición ha sido de gran provecho para los privilegios de los adinerados, pero es de una ortodoxia muy cuestionable desde el punto de vista de la doctrina originaria de los Padres de la Iglesia e incluso de la propia Escolástica prerrenacentista.

Tampoco fuera del cristianismo han faltado adeptos del comunismo en el pasado. Don Miguel Cruz Hernández --nuestro gran historiador de la filosofía árabe en general e hispano-islámica en particular-- dice en su libro La filosofía árabe (Madrid: Ed. Revista de Occidente, 1963, págª 152):

Muhammad Ibn Masarra nació el 7 de sawwal del 269 (19 de abril del 883) en la ciudad de Córdoba...
[la persecución de que fue objeto por sus enseñanzas] obligó a Ibn Masarra a expatriarse, recorriendo el norte de Àfrica en compañía de sus fieles discípulos... regresando a Córdoba durante el reinado de Abd Al-Rahmán III confiado en la política liberal del gran califa... Con gran asombro de los ignorantes y piadosos alfaquíes cordobeses, que no sabían explicarse el porqué del éxito de Ibn Masarra, el cenobio de éste en la Sierra de Córdoba empezó a crecer y a multiplicarse sus discípulos.
Y añade Cruz Hernández (ibid., págªs 159-60):
La posesión de bienes es un estorbo para la perfección y el asceta sólo debe poseer lo indispensable para el sustento. Estos principios, que Ibn Masarra exigía a una minoría, Ismáil [un discípulo y continuador suyo] quiso hacerlos obligatorios para todos los hombres, llegando a decir que «todas las cosas que se poseen en este mundo son ilícitas ... y que por consiguiente, en lo que se refiere a la licitud de la propiedad, no hay diferencia alguna entre los bienes adquiridos por el trabajo, el comercio o la herencia, y los bienes obtenidos por medios violentos, salteando caminos, y esto porque lo único que a todo musulmán le es lícito poseer es el sustento cotidiano»...
...
Si las doctrinas comunistas sobre la propiedad tuvieron siempre una eficacia proselitista, no hay que extrañar que la tuvieran también en aquellos tiempos de anarquía, de lucha de clases, motines y saqueos que acompañaron al final del califato...
... el caudal ideológico movilizado por esta escuela [mazarrí] no desapareció, sino que se constituyó en la médula filosófica del pensamiento de los sufíes andaluces [bajo los reinos de Taifas].
Las investigaciones de nuestro ilustre profesor de historia de la filosofía nos han hecho descubrir a ese precedente, en nuestro suelo, de la moderna España Roja.

Hasta aquí hemos oteado un poco el uso de la palabra `comunista' hacia 1830 y las realidades doctrinales a las que se refería o hubiera podido referirse entonces (aunque muchas de ellas eran, desde luego, entonces desconocidas, por ignorancia histórica, provocada por el interés de las clases acaudaladas en que se silencien y sepulten en el olvido las doctrinas que han cuestionado la propiedad privada). ¿Cómo evolucionó después la significación de la palabra?

En 1980 la palabra `comunismo' había sufrido una evolución semántica que la hacía significar --al menos en buena parte de los contextos de elocución-- el ser partidario de una particular doctrina filosófico-sociológica, la marxista-leninista, y más concretamente de su implementación práctica en la acción política --y en algunos lugares gubernamental-- de las organizaciones que profesaban esa doctrina.

Nuestro propósito es aportar nuestro granito de arena a que las aguas vuelvan a su cauce: a que el comunismo no se identifique con una doctrina filosófica o sociológica determinada. Aquello de Mao Tsetung (tan poco practicado luego por él mismo, desgraciadamente) de que florezcan cien flores. Comunista, en el sentido de partidario del bien común, puede serlo uno siendo un materialista dialéctico o uno no dialéctico; puede serlo un idealista; puede serlo un solipsista; puede serlo alguien que crea que las fuerzas productivas determinan las relaciones de producción y, exactamente igual, alguien que no se crea nada de eso; puede serlo uno que crea en la ley del valor, y puede serlo uno que no crea esa ley o que discuta incluso su inteligibilidad.

Hoy, en un clima de secularización, se dan también pasos adelante (no somos nosotros los primeros en darlos, ni muchísimo menos) hacia una separación de lo que es separable y ha de separarse: de un lado, las adhesiones a proyectos de futuro, a orientaciones acerca de qué se ha de llevar a cabo y de cómo se debe estructurar la vida colectiva; de otro lado, las opiniones que se tengan o se dejen de tener sobre el universo, sobre la naturaleza, la sociedad, el lenguaje, Dios, la historia, sobre tal o cual personaje, tal o cual acontecimiento, tal o cual episodio, tal o cual líder del pasado. Lo primero es lo único que ha de contar para que la gente se agrupe --del modo que sea, que los modos de agruparse varían de unos períodos a otros-- a tenor de proyectos, de planes de actuación. Y es también lo más importante desde el punto de vista del pensamiento político.


Si, al escoger para nuestra naciente publicación ese rótulo de España Roja, lo hacemos queriendo simbolizar, por el color bermejo, esa adhesión nuestra al comunismo así entendido (propugnar la comunidad de bienes, o sea la abolición de la propiedad privada), no puede pasar desapercibido para nadie que el adjetivo va aquí unido a un sustantivo que no es baladí. España es una de las naciones en las que casi cuesta trabajo usar sin apuro o malestar el nombre de la propia nación. Se habla de `el Estado', o se usa cualquier otra perífrasis. Sería ridículo para un francés tener que pedir disculpas por usar la palabra `Francia', mientras que ahora parece que a nosotros sí nos diera reparo --o vergüenza-- decir `España'. Mas no siempre fue así. Lo que sucede es resultado de una perversión debida a que entre nosotros la sanguinaria tiranía franquista usó el nombre de la Patria como emblema de su propio sistema y del centralismo a ultranza que impuso. Mas justamente no hemos de ser rehenes de ese secuestro.

Al revés, justamente un motivo suplementario para escoger ese rótulo de la España Roja es el cúmulo de ataques que fue capaz de volcar contra la España republicana, así motejada, la oligarquía financiera y terrateniente representada por el [ex] general Francisco Franco Bahamonde y sus implacables, sangrientos secuaces. En la propaganda franquista `la España Roja' simbolizaba todo lo malo: el comunismo, las turbas, la chusma levantisca --la gente de baja condición que no se resignaba a la misma--; los gañanes desobedientes e irrespetuosos; la díscola masa obrera de las ciudades; los escritores disidentes de la ideología tradicional; el sistema republicano de gobierno; la bandera tricolor (que aparentemente es roja); etc. Pues bien, nuestra publicación aspira justamente a defender los legítimos planteamientos que conduzcan a una mejora, sí, de toda la especie humana (y de nuestros parientes de otras especies animales, víctimas del egoísmo y la crueldad de los humanos); pero principalmente a una mejora de quien más necesitan que su vida mejore: los proletarios, los de a pie, los que carecen de morada adecuada u holgada, los que están condenados al desempleo por la economía de mercado, los que viven de un salario estrecho.

Y, a este respecto, en esto como en tantas otras cosas, son dignas de meditación las palabras de uno de nuestros grandes escritores, José Bergamín (véase su libro Cristal del tiempo: 1933-1983, edición de Gonzalo Santoja, Madrid: Editorial Revolución, 1983, págª 133). Escribiendo en 1940 en España Peregrina, frente a españoles infrarrojos y ultravioletas (alusiones claras y en las que no nos detendremos aquí), Bergamín reivindica a la España Roja y a lo rojo de España:

pero el episodio trágico español sigue siendo rojo, como la sangre viva ... [Quienes] no pudimos, ni quisimos, apagar este rojo fuego doloroso en nuestro zorazón, que nos teñía el rostro de vergüenza, desenmascarándolo de palideces espectrales, no huímos de la quema, la llevábamos encima... no estamos fuera de España sino enfurecidos por esta sola razón que nos mueve por ella y para ella... defendiendo ... a España misma.
En la línea crítica bergaminiana y machadiana, queremos ser también --en la modestia de nuestra pequeña contribución-- una voz más del pensar libre, que busca nuevos horizontes, que quiere emanciparse de ataduras o constreñimientos del pasado o del presente; un pensar imaginativo, explorador, que emprende aventuras conjeturales pero que es responsable y trata de avalarlas con argumentos, para que sirvan de base a decisiones colectivas racionales.

La España Roja es la España que, con mejor o peor fundamento, se dio en llamar la `España antifascista'. El fundamento es discutible en tanto en cuanto fue mil veces peor que el fascismo [mussoliniano] lo que en nuestra Patria representaron e implantaron, de consuno, las fuerzas oligárquicas (la caterva de borbónicos carlistas, borbónicos alfonsinos, vaticanistas de la CEDA, falangistas, nacionalsindicalistas etc). Es un eufemismo llamar al régimen despótico del general Franco `un régimen fascista', como si hubiera sido un régimen a lo Benito Mussolini. Acaso las peores atrocidades mussolinianas en las colonias italianas de Libia, Somalia y Abisinia puedan compararse con las crueldades franquistas en España (aunque es dudosísimo que así fuera en número de víctimas). De ser así, podría decirse que el «fascismo» español trató a su propio pueblo como el fascismo italiano trató a los pueblos de sus colonias. (Dejando para los historiadores un estudio documentado y objetivo, tenemos --si se quiere-- el presentimiento de que ni siquiera fue así; tal vez sea ignorancia nuestra, mas no hemos leído descripciones de tantas y tan crueles atrocidades contra la masa de la población colonial por parte del militarado mussoliniano como en España fueron perpetradas por la soldadesca franquista y las bandas borbónicas y falangistas contra una gran masa de la población.)

No queremos volver a ningún clima de guerra civil. La responsabilidad total y exclusiva de la guerra civil recae sobre quienes la iniciaron y provocaron sin ninguna justificación: la oligarquía y el conglomerado que se agrupó luego en «F.E.T. y de las JONS». Condenamos sin paliativos cualesquiera desmanes, crímenes o tropelías que se cometieran durante la contienda en el campo republicano (buena parte de ellas en aquellos terribles días de julio de 1936 por elementos anárquicos, al haber privado los rebeldes al gobierno de sus medios de autoridad). Ojalá podamos seguir ya siempre debatiendo sobre proyectos políticos, y planes de reestructuración social, de manera pacífica, con respeto a la convivencia, sin querer imponer por la fuerza y la violencia una opción, por excelente que le parezca a un individuo o a un colectivo. Sin embargo, hay que recordar que la totalidad de la responsabilidad por la violencia de entonces recae única y exclusivamente sobre las clases adineradas y sus representantes, quienes se agruparían bajo el caudillaje de Francisco Franco en F.E.T. y de las JONS.

En general, quienes eran tildados de `rojos' replicaron que ésa era una denominación que, en ese contexto, resultaba insultante; y que, aun fuera de tal contexto, era impropia.

Mas, ¿por qué no aceptarla? Hemos visto que Bergamín optó resueltamente por la aceptación con todas sus consecuencias. Muchas veces, denominaciones usadas por un bando para atacar a otro han venido adoptadas --invirtiendo la intención-- por aquellos a quienes se pretendía denostar con el epíteto en cuestión. Así que no hay por qué sonrojarse de volver a los orígenes: al uso de lo bermejo como color que simboliza la aspiración al bien común.

Frente al conglomerado reaccionario de los individuos y los colectivos que --comoquiera que se llamen hoy, metamorfoseados-- se agruparon en su momento en F.E.T. y de las JONS, reivindicamos y enarbolamos la enseña de la España Roja como símbolo de avance social, de pensamiento emancipado, de espíritu cívico antimilitarista, de convicción republicana y de aspiración a una sociedad sin ricos ni pobres.

Al adoptar para nuestra publicación el nombre de España Roja, nos inspiramos en nuestros poetas, como Juan Téllez Moreno, quien escribió en homenaje póstumo de Federico García Lorca:

Te llora España la roja
¡Te llorará el mundo entero!

Y, más que nadie, nuestro grandísimo Miguel Hernández (¿quién dijo que la poesía panfletística era un género menor o fácil?), el autor del poema «Madre España», quien inicia así otro de sus poemas, «Juramento de la alegría» (1937):

Sobre la roja España blanca y roja,
blanca y fosforesente,
una historia de polvo se deshoja,
irrumpe un sol unánime, batiente.
En un pleno de abriles,
una primaveral caballería,
que inunda de galopes los perfiles
de España: es el ejército del sol, de la alegría.
¿Qué albores evoca Miguel? ¿Los de la escarcha matutina del invierno o de la primavera temprana (abril) sobre nuestras tierras arcillosas, rojizas, que cubren casi toda España de la cordillera cantabropirenaica hasta el extremo sur? Sea cual fuere su mensaje, ahí está la belleza de su verso.
Al adoptar esta línea editorial, hemos de dejar claro que en nuestra publicación electrónica cada autor será responsable sólo de todo lo que él escriba y de sus propias y particulares opiniones. La revista misma sólo asume ese deseo de propiciar una cultura orientada al bien común (o sea a la comunidad de bienes). Lo demás es asunto de cada autor. Para unos, sólo será posible contribuir eficazmente a esa cultura desde tal o cual filosofía. Para otros será desde una filosofía diferente. Para unos, será vinculante sostener que la línea por la que se han ido heredando legítimamente las ideas correctas es la que va de Marx a Engels, de Engels a Lleñin, de éste a Fulano o a Mengano; etc. Otros tendrán una visión diferente. España Roja no se pronuncia al respecto. Lo que exigimos a quienes deseen colaborar en nuestra publicación electrónica es que sus artículos estén escritos argumentativamente, con seriedad, rigor, serenidad y racionalidad; que estén alejados del espíritu de improperios y denuestos, de las banderías intolerantes y fanáticas. Por ello, las colaboraciones serán sometidas al dictamen de relatores para asegurar su conformidad con esas pautas.

España Roja no es órgano oficial ni oficioso de ninguna organización, de ninguna tendencia o corriente estable o que aspire a llegar a serlo. Es una publicación electrónica enteramente independiente y abierta a quienquiera que desee aportar --desde su particular punto de vista-- una opinión razonada en temas directa o indirectamente relacionados con ese proyecto de organizar la vida común de nuestra especie en un régimen de propiedad en común de los bienes; temas como: el desempleo; la precariedad contractual y el deterioro de las relaciones de dependencia laboral provocado por las reformas del gobierno y la patronal; el medio ambiente; los derechos del peatón y la denuncia de los males causados por el automóvil --la merma de la calidad de vida que lleva consigo--; los derechos de los animales no humanos; el tercer mundo, y el 0,7%; la xenofobia y la xenofilia; la situación de los sin-techo; la de los inmigrantes legales o ilegales; la de los insumisos al militarismo; la de las mujeres víctimas del machismo todavía desgraciadamente imperante; la matonería que causa cada año padecimientos y a menudo suicidios en escuelas, cuarteles, presidios y residencias universitarias; la discriminación que sufren los homosexuales y otros colectivos.


Nuestro énfasis en que es planetaria la sociedad en la que aspiramos a esa comunidad total de bienes en el seno de la familia humana nos había llevado inicialmente a pensar para nuestra revista en el título de `La comuna terráquea'. En verdad ese membrete sería mucho más apropiado que el que hemos escogido a la postre. Por un lado, un color es un símbolo circunstancial y siempre un tanto arbitrario --según quedó dicho más arriba. Por otro lado, desearíamos estar alejados del espíritu de campanario, del localismo o nacionalismo estrecho --hoy más que nunca en que la técnica y la economía hacen que vivamos en una aldea global.

Sin embargo, lo adecuado o inadecuado de una denominación en sí es una cosa, y otra muy distinta cuán conveniente sea usarla en tal o cual contexto. En el nuestro, reivindicar a la España Roja nos parece muy apropiado, sin por ello dejar en lo más mínimo de estar volcados a esa aspiración a la comuna terráquea.


Cabe evocar la significación de la nueva tecnología de la comunicación para las posibilidades de un debate libre. Antes de Gutenberg, cada octavilla, cada panfleto, cada folleto o libro era un costosísimo manuscrito que había costado muchas horas de producción. Sólo una exigua minoría sabía leer, pero, aunque más gente hubiera sabido, nunca habría tenido acceso a texto escrito alguno, por lo caro. La imprenta cambió todo. Claro que tendría sus detractores, que dirían que vulgarizaba los escritos poniéndolos al alcance de la plebe. Y en seguida empezaron los poderosos a poner trabas y obstáculos para dificultar el acceso del pueblo a los impresos o a determinados impresos (censura previa, prohibición en los países católicos de publicar traducciones de la Biblia, etc; más tarde --y hasta bien entrado el siglo XIX-- impuestos y normas para hacer subir artificialmente el precio de los periódicos a fin de que resultaran inabordables para la masa obrera).

Fue el piadoso asceta y predicador dominico Fray Jerónimo Savonarola, líder de una revolución popular en Florencia contra la dinastía de los Médicis (enseñoreados de hecho del poder, aunque entonces todavía no de nombre), el primero, en las postrimerías del siglo XV, en utilizar la imprenta como arma de lucha política contra las clases dominantes. Sus folletos o panfletos desenmascaran la corrupción, hipocresía, crueldad y maldad de los aristócratas, de la alta burguesía, del Papado entonces ocupado por nuestro tristemente célebre compatriota Alejandro VI (el valenciano Rodrigo Borja). Las convulsiones de la Reforma en el siglo XVI --que constituyeron (a su modo) un adiestramiento y una introducción de las masas populares en la activa participación en los asuntos públicos-- no hubieran podido involucrar como lo hicieron a grandes sectores de la población de no ser por la imprenta y por la enorme alfabetización que la misma posibilitó. Había nacido la propaganda impresa como medio masivo de lucha política y social; continuó y se expandió durante los siglos sucesivos. Así, la Guerra de Sucesión española (una guerra civil más de las que está sembrada nuestra historia --según quedó dicho más arriba--) fue, como tal vez ninguna hasta entonces, una guerra también de panfletos y folletos (siendo el filósofo alemán Leibniz uno de los más eficaces y talentosos panfletistas de la causa antiborbónica).

Hasta tiempos muy recientes, costaba bastante poco dinero montar una empresa editorial. Todo era carísimo, si se quiere, en proporción a lo exiguo del salario obrero, mas cotizando entre un colectivo de trabajadores no era tan difícil montar una imprenta, y así ya se tenía cubierto el gasto mayor. Evidentemente faltaba por resolver el problema de la distribución; pero en los fluidos y desparramados circuitos comerciales de otras épocas, los folletos y aun los libros se esparcían en pequeñas dosis, se reimprimían con bajo costo y circulaban. Cuando la Armada Invencible emprendió su desgraciado periplo, publicó un folleto propagandístico sobre su fortaleza (probablemente para intimidar a los adversarios protestantes) que --según Garrett Mattingly en su libro The Defeat of the Spanish Armada-- fue reimpreso --con modificaciones y adulteraciones convenientes para sus propios fines de propaganda-- por los protestantes del Norte de Europa mucho antes de que a aquellos parajes llegaran los buques de guerra españoles.

Hoy la oligopolización de la economía alcanza extremos que hacen prácticamente inútil querer combatir en el campo de la palabra impresa. Ese campo es coto de caza particular de los magnates de la finanza. Es enorme la suma de dinero que hace falta, más que para imprimir (que también), para distribuir los materiales impresos por los circuitos comerciales que llegan al público (como quioscos de prensa). Subsisten, en pequeños circuitos, algunas publicaciones ya existentes y que se mantienen mediante enormes sacrificios, fuertes cotizaciones de militantes de organizaciones ampliamente implantadas. Lo demás --en cuanto a textos impresos se refiere-- no llega a casi nadie. Aún más oligopolizados están los medios de comunicación por ondas (radio y TV).

Pero ha surgido el Internet. En el futuro harán lo que hicieron en el pasado con la imprenta: lo someterán a censura previa, impondrán tributos para volverlo inaccesible al gran público. O al menos lo intentarán.<1>**Nota** 1_1 De momento es el único espacio de libertad que tenemos. No se han hecho esperar las furias e iras de los adinerados contra ese medio de comunicación, que por poco costo permite a la gente de a pie difundir sus puntos de vista y sus argumentos. El Internet, nos dicen, multiplica el ruido; propicia la difusión de puntos de vista extremistas, los contactos entre radicales agresivos y peligrosos; esparce pornografía. De hecho ya hay medidas de censura (en los EE.UU, p.ej). ¡Y todo eso cuando esos mismos señores proclaman por encima de todo, y cual valor supremo, el de la libertad de expresión!

Será dura la batalla por la libertad de expresión para los pobres (pobres, ¡vamos!, no de no tener para comer, sino de no poder comprar el ABC o Antena 3, o sea de no tener decenas o cientos de miles de millones de žs --vale decir del 99,99% de la gente).

Don Agustín García Calvo ha sostenido la tesis de que los instrumentos técnicos no son neutrales respecto de los fines para los que se usen, sino que los medios imponen los fines. Es un desafío a la opinión común y general de que un medio es de suyo indiferente y que la bondad o malicia viene dada por cuál sea el fin para el que se use en cada caso. García Calvo apunta que no hay buen uso de una ametralladora (ni de un automóvil ni de un televisor). Exagerada y paradójica, su tesis no carece del todo de una pequeña parcelita de verdad. Aunque los instrumentos sí son neutrales --al menos la mayor parte de ellos--, algunos pueden prestarse más a un uso dañino que a uno beneficioso para la comunidad humana (y ése es el caso del automóvil, p.ej). Hay instrumentos que sólo sirven para el mal (la ametralladora y el cañón y la catapulta), pero en ocasiones sólo un pacifista radical negaría que se trate de un mal menor (usarlos contra Franco y contra Hitler era legítimo). (De nuevo séanos lícito citar a Miguel Hernández: `Sed, ametralladoras, / desde aquí y desde allá / contra aquellos que vienen / a coger sin sembrar'.)

La imprenta es uno de los instrumentos cuya neutralidad resulta visible. En manos de los adinerados es un instrumento de adocenamiento, propaganda desinformativa y embrutecimiento de la gente. Desgraciadamente ya sólo marginalmente son posibles otros usos. En cambio, las vías comunicativas del Internet son más propicias a un uso bueno que a uno malo, porque democratizan la comunicación, las posibilidades de expresión, un millón de veces más que todas las otras formas de comunicación antes juntas.

Por eso, ha llegado la hora de que se pongan en el Internet las publicaciones de los disidentes, de la gente de a pie y anti-establishment, de los inconformistas. Ha llegado la era de las publicaciones electrónicas. Defenderemos palmo a palmo nuestro derecho a informar y ser informados, nuestro derecho a poder hablar libremente, nuestro derecho a debatir y argumentar civilizada y pacíficamente.


El presente número --por ser el primero de la nueva publicación-- es un poco especial; está constituido principalmente por reproducciones de trabajos previamente difundidos, habiendo juzgado que valía la pena insertarlos aquí. Hay varios epígrafes en que se agrupan. Y se han escogido por razones de actualidad.

Tenemos encima el asunto de la política racista y xenofóbica de la Unión Europea (¡ojo!: xenofóbica contra los del Sur, inmigrantes de los países pobres: por eso es «racista», aunque esa noción de raza sea cultural más que relativa a cualesquiera rasgos anatómicos como color de piel u otros de esa índole); la cual se traduce en las despiadadas medidas contra los inmigrantes indocumentados en Francia, Alemania, Inglaterra, Italia y España. En nuestro caso, todo lo recientemente acaecido con la brutal expulsión de los hacinados en Melilla y luego los que fueron cercados en Barajas; muchos de ellos posibles refugiados políticos, y todos refugiados económicos del azote que para sus pueblos es el FMI (respaldado por esos mismos gobiernos de España, Francia etc); unas expulsiones que reiteran el inmisericorde y bárbaro estilo de las que ya perpetrara el PSOE contra los de Ceuta y tantos otros. Varios de los artículos que ahora reproducimos aquí se refieren a ese problema de la inmigración («Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio, defensor de los derechos de los inmigrantes ilegales de color», «El racismo, bandera de la burguesía», «¡Abajo la ley de extranjería!», «¡Mayor solidaridad con los presos marroquíes!»).

Otro tema de actualidad es la marcha del proceso más de guerra que de paz en el Oriente Medio, y la brutal intransigencia del nuevo primer ministro israelí y jefe del ultrarreaccionario partido Likud, Benjamín Netanyahu; a ese asunto estaban dedicados dos artículos que reproducimos y que pueden verse ahora con mayor y mejor perspectiva (no se ha alterado de ellos --ni de ninguno de los otros-- ni un punto ni una coma de como fueron escritos en su momento): «Algunas reflexiones sobre el problema palestino» y «Los acuerdos sobre Gaza y Jericó, gran victoria del pueblo palestino».

Algunos de los artículos reproducidos se refieren al problema de cómo encarar la caída del bloque no-capitalista que encabezó la URSS y qué actitud adoptar con relación a la situación resultante de esos acontecimientos: «Apuntes sobre la crisis del comunismo», «Consideraciones sobre el Gulag: en torno a un artículo de Javier Muguerza», «Un balance a contracorriente de la experiencia del comunismo real», «El desmembramiento de la URSS», «Yeltsin, verdugo del pueblo ruso», «Buenas y malas caras a Li Peng».

En parte en relación con ese tema, pero menos coyunturalmente enfocado --y más bien visto desde un ángulo de discusión teorética general--, está el artículo «Miseria o esplendor de la economía de mercado».

Dos de los artículos abordan cuestiones que surgen cotidianamente en la prensa, pero tratando de aportar una mirada reflexiva y sin entrar en los detalles del día a día: «La ofensiva del integrismo» y «El paneuropeísmo, de Viena a Maastricht».

Otros dos se centran en problemas de la revolución cubana, al aproximarse la manifestación de solidaridad con esa revolución que tendrá lugar en Madrid en octubre: «La resistencia numantina del presidente Fidel Castro (o lo que pasaría si...)» y «LOS ENCUMBRADOS».

El resto de los artículos y recensiones se han escrito expresamente para este primer número de España Roja. «¡Luchemos por la abolición de la tauromaquia!» ha sido suscitado por el maldito plan de corrida goyesca en la Plaza Mayor de Madrid. El plan fracasó gracias a la movilización de filósofos y otras personas de buen corazón de todo el mundo (a las que agradecemos efusivamente su apoyo desde estas págªs, cualesquiera que sean sus respectivas convicciones en otros asuntos); reproducimos en dicho artículo, con comentarios, una carta que --como respuesta a esa campaña que promovimos-- nos dirigió un personero de la Presidencia de la comunidad de Madrid.

«El fascismo de la tiranía franquista en la pluma de un jurista ecuatoriano» es un llamamiento para que no olvidemos las raíces del sistema político reinante que es un legado, una herencia (y en buena medida una continuación) del precedente. Como preludio a futuras denuncias de la escalofriante situación en nuestras cárceles, reproducimos de GRANMA el suelto «Las cadenas de Everglades», del Doctor Santiago Cuba Fernández, sobre el sistema carcelario norteamericano.




1_1.

La campaña contra el InterNet que lleva a cabo la prensa burguesa tiene sin duda como objetivo someterlo a control y a censura; en buena medida, apuntan contra un competidor, que desafía su monopolio [des]informativo. Claro que en parte esa campaña se opone a intereses también capitalistas, de multinacionales que quieren sacar provecho del InterNet explotándolo comercialmente; mas la oposición es sólo parcial, en tanto en cuanto esas firmas pueden estar interesadas en el control y la censura, que no las golpeará a ellas, sino sólo a la muchedumbre de modestos particulares y colectivos que --gracias al InterNet y por primera vez desde hace siglos-- hallan una posibilidad de pública difusión de sus puntos de vista. Las medidas represivas han empezado ya: la Decency Act de los EE.UU.; las deliberaciones recientes del G7 con vistas a un preacuerdo al respecto; pasos en esa dirección en Francia y Alemania. Aducen consideraciones de salvaguardia de privacidad, de copyright, etc; alegan que el InterNet es utilizado por redes de delincuentes, por terroristas, neo-nazis (esos mismos neo-nazis, cabezas rapados, que están amparados y protegidos --cuando no fomentados-- por las fuerzas de seguridad del sistema). Como perla de esa campaña anti-InterNet vale la pena mencionar un artículo de LA STAMPA, escrito por Bárbara Spinelli, el Domingo 4 de agosto de 1996. Según la autora, los terroristas y enemigos fanáticos del Occidente están, desde hace tiempo, implantados, sin oposición, en el InterNet. Tales terroristas telemáticos son inaprensibles gracias a la tolerancia de las democracias occidentales. ¡Vamos, que les debemos la vida! «Troppa democrazia su internet!». Los criminales, la mafia, usan también el teléfono, el fax, las autovías, las mensajerías privadas, el correo, los aviones; y los anuncios de prensa en cla ve (para no hablar ya de sus concomitancias con la prensa del sistema, a la que han comprado).volver al cuerpo principal del documento




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