LA DICTADURA DE LA MAFIA

por Lorenzo Peña

En la visión marxista de la sociedad, distínguese entre el estado, por un lado, y, por otro, la sociedad misma (también llamada, siguiendo a Hegel, `sociedad civil'). No son lo mismo --según ese enfoque (por cierto ampliamente compartido, aunque discutibilísimo a juicio de quien esto escribe). El estado es la organización del poder, el grupo de personas que ejercen ese poder político --o sea, que, aspirando a detentar un monopolio del ejercicio de la violencia, a menudo [casi] lo consiguen-- y que, por ello, se hacen obedecer mediante la fuerza, ya que monopolizan la posesión de armas --al menos en cantidad importante; más exactamente: el estado está constituido por ese grupo más las organizaciones mediante las cuales ejerce ese poder: los cuerpos armados, los cuerpos de carceleros u otros que, aun sin armar, forman parte de ese aparato de dominación.

Vistas así las cosas, surge inmediatamente el problema de por qué existe eso; el problema de si la existencia de tal tinglado es «natural», de cómo ha surgido, de qué condiciones han de darse para que aparezca o se mantenga, y de si alguna vez cesará de existir.

El marxismo tiene respuestas a todas esas preguntas. Respuestas que son de sobra conocidas de muchos de nuestros amables lectores. Dicho abreviadamente --para recordarlo a todos y hacérselo presente a quienes estén menos familiarizados con tales temas--, lo que, a juicio de Marx, Engels y demás pensadores marxistas, da lugar al surgimiento del estado es que se ha producido, previamente, en la sociedad una división, un fuerte antagonismo, entre sectores sociales, concretamente clases, que ocupan posiciones diversas y enfrentadas en la economía, al estar los miembros vinculados por unas relaciones de producción en las cuales unos explotan a otros. El estado es un instrumento de dominación violenta de unos por otros, de una clase por otra. Normalmente, son las clases beneficiadas y privilegiadas las que ocupan el poder; el estado es entonces su instrumento de dominación para obligar, por la fuerza, a que las clases explotadas se resignen al papel que la economía les ha dado --o sea, al papel que les ha asignado un entramado de relaciones de producción independiente de la acción política o estatal y previo a la misma.

Los clásicos marxistas vaticinaron el establecimiento de un nuevo estado, que sería el poder de una determinada clase explotada, el proletariado industrial moderno; ese estado llevaría a cabo una transformación económica que aboliría la propiedad privada, la economía de mercado, y con ello la división de la sociedad en clases. De ahí que ese estado fuera a sentar las bases para que la propia institución estatal cesara de tener cometido alguno. El estado proletario acabaría extinguiéndose, y la sociedad volvería a la situación dizque originaria: ausencia de estado, carencia de poder político.

Como cualquier otra tesis en estos asuntos, esa opinión es también, en gran medida, producto de su época y de las condiciones particulares que prevalecían en el entorno histórico-social, en el contexto cultural, en el que trabajaron quienes le dieron vida, Marx y Engels.

En la europa de su tiempo --grosso modo entre mediados y la segunda mitad del siglo XIX-- se dio un período de relativa paz y tranquilidad; un período que, salvo por condenar a los proletarios a condiciones espantosas de vida --mas condenarlos a ello por la vía del mercado-- puede verse, fundadamente, como un tiempo relativamente benigno y suave, un tiempo sin ferocidades, sin atrocidades. Claro que habría que matizar eso: hasta finalizar el siglo, subsiste la esclavitud en algunos países de la órbita Europea; están las guerras coloniales; y no faltan ciertas guerras en el continente europeo. Mas la tendencia era, al parecer, apaciguadora. (La gran expansión colonial viene sólo en los últimos decenios del XIX.)

En ese ambiente, con un establishment capitalista dedicado a hacer negocios y que casi sólo confiaba en el estado para mantener el orden (bueno, ya entonces eso no era del todo así, pero simplificando), era natural ver a la economía como lo básico y determinante, y al estado como algo derivado, secundario, ancilar, supeditado.

No sólo el estado, la política, sino en general el ejercicio de la violencia, de la fuerza. Había una vieja idea comunista, que había sido frecuentemente formulada por los adversarios del sistema de propiedad privada desde el Renacimiento y que se plasma en esa frase de Proudhon: la propiedad es un roboNota al pie 11_1. Marx y Engels rechazaron tal punto de vista, porque hacía depender lo económico, las relaciones de producción, de actos que --como el robo-- pertenecen al ámbito de las relaciones jurídicas y, por ende, de lo político; actos, pues, de carácter superestructural --lo cual, en la jerga marxista, significa justamente que constituyen un terreno auxiliar y derivado respecto de la economía, que es lo básico. No se constituye, pues, la clase socio-económicamente dominante por actos jurídicamente punibles, por acciones de violencia o apropiaciones jurídicamente ilícitas; constitúyese por el proceso normal de la economía. Al menos originaria y básicamente es así. Luego, en virtud de los imperativos de la economía misma, una vez surgido el estado, éste refuerza a la clase privilegiada, hasta que un día ese estado es derrocado por un levantamiento de la clase proletaria, y se inicia el proceso que culminará de nuevo en que no haya estado.

Es dudoso que tal enfoque hubiera podido formularse nunca en la historia, salvo en ese tiempo de mediados del XIX. Los propios clásicos del marxismo así lo reconocen, desde luego, ya que, a su juicio, las teorías científicas forman parte de la superestructura y surgen a tenor de las necesidades de la economía, viniendo determinadas en última instancia por el proceso de las relaciones de producción --que a su vez resulta del crecimiento de las fuerzas productivas. Según eso, cada teoría tiene su momento de aparición, determinado en último término por ese proceso económico.

Mas, haya poca o mucha verdad en tal determinismo económico --que hoy encuentra muchos menos partidarios que hace unos decenios--, lo que, aun desde un enfoque más neutral, hace dudoso que esa teoría hubiera podido formularse antes o después es que sólo en ese tiempo hubo unas condiciones de dominio pacífico y sosegado por parte del sector dominante y acaudalado de la sociedad, un dominio en el cual el papel principal del estado era el de mantener el desorden establecido, reprimiendo intentos proletarios de subvertirlo. Eso no ha sucedido nunca antes, nunca después.

Ya Lleñin sometió de hecho a una importante revisión la teoría marxista, en este y en muchos otros puntos. Con una mezcla peculiar --uno de los secretos de su personalidad fuera de serie-- de adaptaciones reales y de mantenimiento nominal de tesis cuya profesión se había convertido en patrimonio del movimiento anticapitalista a la sazón, lo que hizo Lleñin fue, sencillamente, alegar que esa teoría marxista, que valía en última instancia, no excluía que el estado, y el ejercicio de la violencia --en general lo superestructural-- fuera lo decisivo en ciertas etapas, como la del capitalismo monopolista imperialista de su tiempo. A favor de tal inversión se invocó la dialéctica.

El problema está en que ese recurso puede vaciar de contenido real a una teoría. Tal vez cualquier teoría pueda salvarse así. No es que quien esto escribe esté contra la dialéctica y la existencia de verdades mutuamente contradictorias, al revés. Pero ese uso particular de la dialéctica sí que es problemático, por la razón apuntada.

En cualquier caso, sea o no certera la tesis de Lleñin, hay que reconocerle su genialidad para --sin quitar ni un ápice de la doctrina que se había convertido en bandera de lucha comunista-- de hecho dar pruebas de flexibilidad que le permitían tener en cuenta la realidad histórico-social en que se movía.

En esa doctrina marxista que estamos comentando, cada poder político está ahí para mantener o para imponer la supremacía socio-económica de una determinada clase social; mantenerla siempre, salvo cuando le llegue el turno al proletariado, toda vez que éste, al revés de los demás, ha de adueñarse primero del poder político para poder establecer su supremacía socio-económica, consistente en ir privando a la burguesía de sus propiedades, desposeerla, y así forjar una nueva estructura económica, unas relaciones de producción sin explotación ni clases sociales. Por eso cada estado es una dictadura, un poder basado en la violencia y no en la ley --según una célebre definición que hicieron suya los autores de quienes nos ocupamos.

Hay aquí una cierta fluctuación en los textos. Unas veces, nuestros autores parecen ver a todo estado como una dictadura. Otras veces, no; otras veces parecen concebir como dictadura al estado cuando éste infringe las normas de su propia legalidad, o las de la legalidad inmediatamente previa. Mas esa fluctuación --acaso reconciliable, ya que puede que haya varios sentidos-- reviste escasa importancia para nuestro actual propósito.

Hay una dificultad en lo tocante a esa visión del estado como órgano de dominación de una determinada clase que no podemos pasar por alto, sin embargo. Y es ésta: ¿en qué estriba, precisamente, el que un estado determinado sea instrumento de tal clase social y no de tal otra? ¿Es un hecho inanalizable, indescomponible, inverificable, un hecho bruto, más allá de lo que quepa esclarecer, constatar, dilucidar por una examen empírico y por los procedimientos de razonamiento inductivo y deductivo?

No, claro, ningún marxista que se precie habrá querido jamás admitir que el carácter clasista del estado, el que tal estado sea instrumento de tal clase, sea un hecho bruto así. Entonces, habrá ciertas condiciones necesarias y suficientes para que suceda, y lo podamos comprobar, que tal estado sea el instrumento de tal clase. Desgraciadamente ningún marxista, que sepamos, ha dado una respuesta clara y satisfactoria a la pregunta de cuáles son esas condiciones. En otras palabras: ¿qué acciones de algunos, muchos o todos los miembros de tal clase social han de darse si, y sólo si, el estado vigente es instrumento de la clase social en cuestión?

El problema es muy espinoso, y hasta escabroso. En virtud, justamente, de esa determinación, o ese condicionamiento, del pensamiento por la situación histórico-social, por el contexto cultural, aunque de suyo era compatible con cualquier configuración o forma de gobierno ese carácter clasista del estado (en ese sentido preciso: que tal estado sea instrumento de tal clase en particular), está claro, leyendo a Marx y a Engels, que aquello en lo que pensaban era que muchos miembros de la clase dominante, y desde luego los más poderosos, ejercieran influencia en las decisiones del poder; que estuvieran estrechamente ligados a quienes directa y nominalmente encabezaban ese poder y que éstos les obedecieran de hecho.

Mas, ¿qué pasa cuando se dan formas de gobierno en las que eso sucede mucho menos que en las instituciones parlamentarias de mediados del XIX? Formas como la «monarquía absoluta», los despotados, o sencillamente poderes en los que juega menos papel el forcejeo de las influencias del pasilleo, de los lobbies, porque una oligarquía política impone una autocracia o se acerca a conseguirla. El propio Marx vio en la monarquía de Napoleón III un estado que no era caracterizable rigurosamente como poder de la burguesía (y de ahí se ha derivado en el marxismo la temática del bonapartismo).

Más grave es otra faceta del mismo problema: ¿tendrá entonces que producirse, para que haya poder político del proletariado, una influencia en quienes encabecen el estado por parte de los elementos más influyentes y decisivos de la clase proletaria? O sea ¿estribará el que un estado sea una dictadura del proletariado en que quienes regenten nominalmente la cosa pública estén de facto a las órdenes de los líderes destacados de la clase proletaria, de las «fuerzas vivas» proletarias?

Mas ¿quién decide que tal o cual miembro de la clase proletaria es un destacado líder y «representa» a la clase, mientras que tal otro es un elemento exento de dicha representación?

Muchas peleas de escuela y subescuela dentro del marxismo se han ocupado --sin dar nunca, empero, una respuesta general y de principio a ese interrogante-- en dirimir si, concurriendo tal o cual circunstancia en particular, Fulano o Mengano eran representantes genuinos del proletariado y, al tener peso en la conducción de tal estado, hacían de éste una dictadura proletaria.Nota al pie 11_2

No faltan quienes exigen que sean todos los miembros de la clase proletaria, en elecciones democráticas, los que ejerzan por igual ese influjo --tesis ésta un tanto optimista, y (cuando venimos a la caracterización rigurosa de en qué estribe que las elecciones sean genuinamente democráticas) ayuna de respuestas claras y satisfactorias. Si lo que hace burgués al estado burgués es la influencia directa de tales miembros de la burguesía, ¿qué paralelismo hay entre eso y que lo que haga proletario al estado proletario sea que un proletario individual tenga (en el mejor de los casos) una fracción de 1 partido por varios millones, y eso ni siquiera en la toma de decisiones, sino tan sólo en la elección de quienes tomen las decisiones?Nota al pie 11_3

No sé cuánto sean compartidas mis inquietudes teoréticas por otras personas que --como yo-- condenan el sistema de propiedad privada, de economía de mercado, y preconizan un sistema comunista. No sé si es el cúmulo de todas esas dificultades --siquiera vagamente sentidas-- lo que hace que hoy poquísimos de entre los que siguen diciéndose marxistas --y casi nadie que no se diga marxista-- se interesan por debatir estos problemas o por seguir caracterizando al estado como instrumento de una clase determinada o en averiguar el particular carácter clasista de tal estado o de tal otro.

Por mi parte, creo que el somero análisis crítico que he hecho pone de relieve una serie de puntos flacos de toda esa teoría. Es muy dudoso que haya tal dicotomía entre lo económico y lo no-económico --una dicotomía en la cual lo primero sería lo en última instancia determinante. Por consiguiente, es dudoso que sea acercado todo ese análisis del origen del estado, su pasado y su futuro.

Ni tampoco es palmario que existan esas esencias necesarias de las instituciones, que cada una tenga ese marchamo, esa naturaleza profunda e ínsita que determine de una vez por todas un puesto preciso en el complejo entramado de las relaciones que ligan a los miembros de una sociedad. Ni siquiera está nada claro --para mí-- que valga esa dicotomía entre sociedad y estado (como si la sociedad fuera una unidad organizada al margen del propio estado).

Más que nada, no creo que sea menester profesar tal doctrina ni para enfrentarse al capitalismo, ni para denunciar el carácter falaz e injusto de cualquier poder político que se pliegue a los intereses de los privilegiados económicos, ni para aconsejar el reemplazo de ese poder político por otro que esté al servicio de los intereses populares, que ampare al proletariado y que ponga fin --paulatinamente-- al régimen de propiedad privada.Nota al pie 11_4

Mas --sea o no certera esta actitud de descompromiso doctrinal-- lo que creo que se puede fácilmente demostrar, por inducción, es que hoy quienes ejercen la mayor influencia política, quienes hacen, con su enorme presión, que el estado existente --en la medida en que sea el instrumento de alguien-- sea el dócil servidor de ellos, son los gánsteres, la mafia, los criminales organizados. No una burguesía que tuviera negocios previos independientemente de la acción política y que utilizara ésta sólo o principalmente para reprimir subversiones del orden económico vigente.

Al revés, aun suponiendo que llevaran razón Marx y Engels, aun admitiendo que la burguesía llegó a encumbrarse por la acción pacífica de las relaciones de producción en el mercado, y que sólo usó la violencia después, para consolidar su privilegio --tesis históricamente discutibilísimas y seguramente falsas--, aun así, hoy quienes están al mando de los grandes bancos, de las grandes empresas, de los holdings, quienes tienen más riquezas, más prestigio, más influencia, quienes hacen doblegarse a cualquier político que tenga serias aspiraciones a jugar algún papel en el poder público, quienes hacen todo eso son gánsteres profesionales.

Claro que la imbricación entre mafia y alta burguesía es tal que es ociosa la disyunción misma (la pregunta de si es la mafia o es la alta burguesía quien domina). No hay ninguna alta burguesía no mafiosa, no criminal. La inducción nos dice claramente que cada uno de los jefes de banco, cada uno de los grandes empresarios, o es un miembro de la mafia, o, cuando menos, está inserto en un engranaje mafioso de latrocinio, blanqueo y reciclaje de dineros procedentes del crimen, beneficiándose de ello muy a sabiendas y careciendo así de interés en que se ponga coto a la gran delincuencia organizada.

Lejos, pues, de que la acción violenta o delictiva --violencia directa, robo, imposición de un orden o desorden por la fuerza de las armas del poder público-- esté supeditada a una economía que tendría vida propia, aquello que vemos hoy (y que posiblemente se ha visto siempre, desde que hay propiedad privada, salvo ese corto lapso de mediados del XIX) es que la economía vive de la política; y, concretamente, que las fortunas económicas y las palancas de decisión económica se hacen por hazañas y fechorías gansteriles.

Desde luego, una vez adquirida la riqueza, es decisiva la posesión de ésta. La mayor parte de las carreras sorprendentes de nuestros mediocrísimos politicastros pro-capitalistas se explican porque vienen de familias adineradas, o han estado muy vinculados a ellas en fases decisivas de sus vidas (relaciones conyugales de esa índole, amistades, clientelajes, etc). Mas la riqueza se adquirió por violencia y latrocinio, se mantiene y acrecienta por violencia y latrocinio.

Eso es lo que hace que la mentalidad de esa clase dominante gansteril y mafiosa sea la de los gánsteres. Claro, son los valores, o antivalores, que les sirven para justificar y afianzar su dominación. Los valores de la agresividad, el egoísmo, el avasallamiento al desvalido, al débil, al que ha tenido menos suerte o menos aptitudes para competir en el mundo feroz de la lucha selvática, en el mercado, en la vida corrupta, clientelar, mafiosa de nuestras Universidades, de nuestras instituciones sociales, culturales, políticas, educativas, en el mundo de los codazos, las amenazas, las intrigas, los chantajes, las camarillas. Todo ello bajo el patrocinio y control de los altos mafiosos.

¿Que en qué hechos me baso? Bueno, ¡vamos a ver! ¿En qué me baso para decir que todos los hombres son mortales? No en que los haya ido viendo morir a todos y, por generalización, alcance esa conclusión --igual que veo que cada día sale el sol. No, claro. Nada así. La inducción que nos lleva a la conclusión de que todos los hombres son mortales es un acopio indirecto y colectivo de datos.

Yo no puedo señalar con el dedo a este gran banquero, aquel, aquel otro, aquel de más allá, y decir que, tras las investigaciones que se han efectuado, se ha comprobado fehacientemente que eran mafiosos; y que, con esa base, podemos generalizar.

No. Mas sí que sé una cosa --que se aplica, desde luego, a España, pero que seguramente se aplica también (quizá en menor medida) a los demás países capitalistas. Cada vez que nos ponen de modelo a un gran empresario, que lo aureolan por haber incrementado su fortuna con gran talento --a veces por haber dizque llegado de la nada (es un decir: esa nada podían ser sólo unos miles de millones de ž)--, resulta nos acabamos enterando --pese a todas las poderosas y altísimas complicidades y connivencias (cuando no amistades olímpicas)-- de que es un mafioso. Antes o después se averiguan hechos terribles. Que, por lo que vemos, son la punta del iceberg; porque a renglón seguido suele echarse tierra encima, y se empeñan en que se hable del asunto lo menos posible.

Segundo dato: según las propias fuentes oficiales, los tráficos ilícitos (antigüedades robadas --al parecer, el más suculento--, armas, drogas) totalizan una cifra de negocios que puede que supere a la de los tráficos lícitos (bueno, autorizados, porque muchos son moralmente ilícitos también: alcohol, tabaco, coches, armas de fuego, armas blancas). Es obvio que esa suma colosal de dinero no se recicla sin que sea, en mayor o menor medida, a sabiendas. El blanqueo se hace porque cierran los ojos los poderes públicos y los responsables de las finanzas.

No sólo eso, la perpetración de los hechos ¿no se lleva a cabo con aquiescencia --como mínimo-- de los magnates de la banca, la finanza, el comercio, por los grandes traficantes legales? Iníciase una investigación policial para detectar las actividades de una banda de narcotraficantes y, ¡qué casualidad!, muere extrañamente el policía que, en su exceso de celo, no había entendido las indirectas para que dejara caer el asunto. Y de eso se habla una sola vez, de pasada y sin que sirva de precedente.

Si fueran casos aislados, ¿por qué ese interés en que no se esclarezcan, en que no avancen las averiguaciones?

Y ¿cómo explicar la benignidad del establishment jurisdiccional para con los pocos capos del narcotráfico que excepcionalmente --tal vez por accidente-- han sido arrestados y enjuiciados? Bueno, eso se aplica también a traficantes de armas notorios y otros capos mafiosos.

Ese mundo mafioso y tenebroso de la droga, la trata de niños para experiencias satánicas o deleites de pederastas sádicos,Nota al pie 11_5 el robo en gran escala, el latrocinio fiscal (amparado y alentado igualmente por el PSOE y el PP, en nuestro caso, ya que esos banqueros que con el mismo se benefician son amigos de unos y otros, según el momento); ese mundo de las redes detectivescas, los chantajes, las extorsiones, de los maletines repletos de billetes de banco que se dan y se toman en cenáculos a cambio de suculentos contratos;Nota al pie 11_6 ese mundo de fortunas amasadas, de Miami, de cabarets, de cortesanas de alto copete; ese mundo es también el mundo de los tentáculos que llegan a la pequeña delincuencia y que la controlan.

Es el mundo en el que se mueven también --como una excrecencia-- las bandas de cabezas rapados, generalmente de muchachos de la burguesía; de los grupos de sádicos, que asesinan con crueldad y ensañamiento a personas de clase y condición humilde, de diversas edades, como se ha vista en el caso de don Carlos Moreno. Cito un artículo de El mundo:

Sacaron los cuchillos. Félix le cogió las manos y se las puso atrás. Javier se agachó para cachearlo «en una pésima actuación de chorizo vulgar». Le dijo que levantara la cabeza y le dio la primera puñalada: en el cuello. Félix continuó por la espalda. «Joputas, joputas!», gritaba el hombre. Logró escapar. Corrieron detrás, forcejearon. Cayeron por un terraplén. No lograban matarlo del todo. Félix se cansó de dar puñaladas. Javier, para que no gritara, le metió los dedos en la boca, como había visto hacer a los cenobitas de la película Hellraiser: la víctima le mordió el pulgar. «Es espantoso lo que tarda en morir un idiota...». Vio una porquería blanquecina saliendo del abdomen y se dijo: «Cómo me paso». Félix, finalmente, le cortó la cabeza. A la luz de la luna contemplaron su primera víctima. Buscaron el reloj que había perdido Javier, sin encontrarlo.

Esos monstruos del mal son el fiel reflejo de los líderes e ídolos de nuestro establishment, de los figurones de la prensa venal y corrupta; aplican y llevan a sus últimas consecuencias los valores que nos inculcan de dominación, insensibilidad, aspereza, dureza, agresividad, desprecio al débil. Cito de nuevo el mencionado artículo:

Javier Rosado pertenece a una familia de la burguesía media o alta, es hijo de una enfermera y un empresario (que han preferido escapar a la prensa), y vive en un buen barrio, con zonas verdes, agradable. Estudió en un colegio privado y religioso, con los corazonistas. Es un excelente estudiante de Químicas

Y otro tanto pasa con los criminales de las bandas de cabezas rapados, que han dejado enlutadas a tantas familias proletarias y más aún a tantos inmigrantes.

¿Es casualidad que las televisiones, TODAS, se deleiten en exhibirnos día a día tantísimas crueldades, tantísima violencia? Cada adolescente ha vista cientos de asesinatos, miles de actos violentos, puñetazos, golpes, actos de derramamiento de sangre, malos tratos y hasta torturas. Eso es lo que nos despliegan con sádica fruición las emisoras de TV, públicas y privadas.Nota al pie 11_7

No. No es casualidad. Ni lo es que vendan tantos juguetes bélicos, y tantos juegos guerreros y acostumbren a los muchachos a la idea de que es normal y saludable ensañarse con el débil y hacerlo sufrir. Ésa es la mentalidad de los delincuentes. De lo que son.

Porque son ellos mismos los que han sido capaces de causar al pueblo iraquí unos sufrimientos espeluznantes e inimaginables porque su gobierno había querido recuperar para su Patria lo que era históricamente una parte integrante e inseparable de la misma, desafiando así el diktat imperialista. Son ellos los que, por las políticas mercantilistas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, imponen un genocidio económico contra muchos habitantes pobres del tercer mundo. Siempre igual de desalmados. Implacables, impávidos como Alcapones. Necesitan entrenar a retoños y alevines del mal, para que les sirvan en su empresa maléfica.


A título de pruebas suplementarias de que todo eso es así, como datos que revelan a las claras no sólo la maldad despiadada de nuestros gobernantes así como de los magnates influyentes y acaudalados que les marcan la pauta, sino también su estar directamente involucrados en las actividades del crimen organizado, voy a reproducir en seguida amplios extractos de dos sueltos de El Mundo: el primero se titula «La patronal del comercio italiana cifra la «facturación» de la Mafia en 14 billones»; el segundo versa sobre el armamento de nuestras fuerzas armadas (bueno, eso de nuestras...). A continuación reproduzco, pues, sin comentarios, el primero de esos dos sueltos.


La patronal del comercio italiana cifra la «facturación» de la Mafia en 14 billones

Estas organizaciones mueven más dinero que las exportaciones del país

ROBERTO MONTOYA, CORRESPONSAL

ROMA

Durante 1996, los distintos grupos mafiosos italianos han tenido un volumen de negocios estimado en 120 billones de liras, unos 14 billones de pesetas. Su gestión de dinero negro rozó los 29 billones de pesetas. Las operaciones mafiosas económicas y financieras anuales fueron de 43 billones mientras que el total de las exportaciones de Italia, de enero a noviembre de 1996, fueron de 41 billones.

Los datos los suministró ayer, con tono dramático, el presidente de la Confederación de Comerciantes Italianos (Confcommercio), Sergio Bille.

Ahora ya se pueden dejar de lado esas tradicionales y vagas especulaciones de «la Mafia mueve la economía de este país» y se puede hablar de cifras concretas.

Rompiendo la tradición de los informes de la Confcommercio, Bille dio su rueda de prensa acompañado por el fiscal general antimafia, Pier Luigi Vigna, el presidente de la comisión parlamentaria antimafia, Ottaviano del Turco, autoridades bancarias y policiales.

El informe sobre «la invasión criminal en la economía de Italia», se ha elaborado a través de la coordinación de una serie de instituciones bancarias, financieras y empresariales, estadísticas, sondeos, testimonios de pentiti (arrepentidos) y bienes y cuentas incautadas a mafiosos.

El tráfico de drogas y la usura (préstamos a quien no puede recurrir a una entidad bancaria), siguen siendo las principales fuentes de ingresos de los grupos mafiosos. Le siguen en importancia la recogida y enterramiento clandestino de residuos tóxicos de muchas empresas (la llamada ecomafia) y el pizzo (la extorsión a empresarios y comerciantes).

Según un sondeo hecho en septiembre pasado por otra organización empresarial, la Confesercenti, el pizzo es pagado por uno de cada cinco comerciantes o empresarios, ante el riesgo de ser objeto de atentados personales o en sus tiendas o empresas.

El presidente de Confcommercio dio ayer otras cifras alarmantes. El patrimonio inmobiliario de las organizaciones mafiosas fundamentalmente cuatro: Cosa Nostra, Camorra, NDranghetta y Unidad de la Sagrada Corona asciende «al menos» a un total de 40 billones de pesetas.

Tres de cada diez empresas Bille estima que tres de cada 10 empresas comerciales son gestionadas por personas físicas o sociedades ligadas a las organizaciones criminales.

En su rueda de prensa dijo también que entre el 20% y el 25% de los movimientos bancarios que se producen cada día en Italia tiene «un origen oscuro».

La Confcommercio propone que para combatir esta preocupante situación de blanqueo de dinero se cree una agencia, que coordinando a bancos, empresas y centros especializados, pueda consultarse sobre nuevos clientes y detectar este tipo de movimientos, «para evitar ser instrumentalizados».

Bille pide también la reforma de una ley de 1991, que recoge el tratamiento especial para los arrepentidos.

Esta normativa permite a menudo que estos mafiosos queden en posesión de empresas y bienes con los que pueden mantener actividades económicas ilícitas.


Pasemos ahora a reproducir extractos del segundo suelto. Mas vaya por delante este dato: Sus Altezas Reales, la Infanta Doña Elena de Bourbon & Schleswig-Holstein y su Serenísimo esposo, el Duque-consorte de Lugo, promueven la venta de armas al Sureste asiático. El 12 de diciembre, con la presencia de la real pareja, se realizó en Bangkok, capital del reino de Siam o Tailandia,<1>Nota al pie 11_8 organizada por el ICEX (Instituto Español de Comercio Exterior), la segunda Expotecnia. Tenía ésta como uno de sus objetivos la promoción de la venta de armas a los países del Sureste asiático. Entre otras empresas estuvieron presentes los fabricantes españoles de armamento, CASA, Bazán y Defex. Ahora, sí, reproduzco los anunciados extractos de El mundo. No los voy a comentar. (Pregúntese Ud, amigo lector: ¿contra quién preparan la utilización de esas armas pavorosas?)


Defensa equipa a los cazas con la «superbomba» prohibida por la ONU

De Vietnam a la Guerra del Golfo

JOSÉ L. LOBO

Los cazabombarderos F-18 del Ejército del Aire y la última generación de cazas Harrier de la Armada embarcados en el portaaviones Príncipe de Asturias han incorporado a su arsenal una mortífera superbomba conocida como Bomba Explosiva de Aire-Combustible (BEAC), un armamento que provoca en el ser humano embolia cerebral, estallido pulmonar, asfixia y graves quemaduras, y que fue prohibido por Naciones Unidas (ONU) en 1983 por considerarlo «excesivamente nocivo o de efectos indiscriminados».

El 10 de abril de 1981, España firmó en la sede de la ONU en Nueva York el tratado que prohíbe el uso de armas convencionales excluidas las nucleares que «causen daños superfluos o sufrimientos innecesarios», entre ellas la BEAC. No obstante, el tratado no fue de obligado cumplimiento para España hasta el 3 de diciembre de 1993, cuando fue ratificado por el Parlamento.

Sin embargo, ese mismo año, según han confirmado a EL MUNDO fuentes militares, los cazabombarderos F-18 del Ejército del Aire incorporaron a su arsenal la BEAC. Actualmente, acaba de hacerlo el Arma Aérea de la Armada en sus cazas Harrier de despegue vertical de última generación los conocidos Harrier II Plus, que operan habitualmente desde el portaaviones Príncipe de Asturias.

BOMBA ATÓMICA DE LOS POBRES

La BEAC tiene una potencia destructiva similar a la de las bombas atómicas, aunque con menor radio de efectividad y sin la sofisticada tecnología de aquéllas, por lo que, al tratarse de armamento convencional, también es conocida como bomba atómica de los pobres.

Esta superbomba es lanzada desde el aire, y al hacer explosión, antes de llegar a tierra, dispersa pequeñas gotas de combustible líquido que, al mezclarse con el aire, produce una intensa onda de presión que destroza todo lo que se encuentra a su paso.

En el caso de ser arrojada sobre núcleos de población, el número de bajas es generalmente muy elevado, puesto que la onda expansiva rompe los pulmones, provoca embolias de cerebro y corazón, mata por asfixia y, si se sobrevive a ella, deja como secuela graves quemaduras.

El Gobierno español siempre ha negado oficialmente poseer la BEAC, que Estados Unidos usó por primera vez durante la guerra de Vietnam, aunque ya en el año 1990 el entonces ministro de Defensa, Narcís Serra, manifestó en el Congreso de los Diputados: «Después que analice algunos aspectos de clasificación relacionados con este tema, el Ministerio de Defensa hará público lo que considere oportuno».

No obstante, el ex ministro de Defensa jamás volvió a pronunciarse sobre este asunto en el Congreso y, al parecer, tampoco nadie en el Parlamento le exigió explicaciones. Narcís Serra trató de esta forma de salir al paso de sendas informaciones difundidas entonces por una emisora israelí y por el diario Los Angeles Times, en las que se aseguraba que Estados Unidos, Israel, Irak y España disponían de la BEAC.

ARMA TÀCTICA

La pasada semana, un portavoz oficial de la Armada admitió al diario EL MUNDO que los cazas Harrier del portaaviones Príncipe de Asturias cuentan ya con este tipo de armamento. Sin embargo, dicho portavoz oficial matizó que «se trata de un arma táctica que no es exclusiva de la Marina de guerra, sino que está a disposición de las Fuerzas Armadas españolas».

Por su parte, Vicente Garrido, experto en armamento del Centro de Investigación para la Paz (CIP) y profesor de Derecho Internacional en la Universidad Carlos III de Madrid, explicó a este diario que, aunque el empleo de la BEAC está actualmente prohibido por la ONU, «nada impide fabricarla y almacenarla a cualquier país que, como en el caso de España, disponga de la tecnología necesaria para ello».

La Convención sobre prohibiciones o restricciones del empleo de ciertas armas convencionales, que España ratificó ante las Naciones Unidas hace ahora algo más de tres años, prohíbe «el empleo, en los conflictos armados, de armas, proyectiles, materiales y métodos de hacer la guerra de naturaleza tal que causen daños superfluos o sufrimientos innecesarios».

De Vietnam a la Guerra del Golfo

Estados Unidos fue el primer país que hizo estallar una Bomba Explosiva de Aire-Combustible (BEAC) en un conflicto armado. Fue durante la guerra de Vietnam, y se empleó, con más eficacia aún que el napalm, para arrasar amplias zonas de selva y convertirlas en pistas de aterrizaje para helicópteros.

Durante la pasada Guerra del Golfo, también la Fuerza Aérea norteamericana empleó la BEAC sobre objetivos del ejército de Sadán Juseín, aunque no llegó a ser lanzada sobre núcleos de población.

Según expertos militares consultados por este periódico, la fuerza descomunal de su onda expansiva, unida a su escaso radio de acción, hace que su poder destructivo demuestre su mortífera efectividad cuando son lanzadas sobre núcleos de población o grandes concentraciones de tropas.

Según las mismas fuentes, España empezó a comienzos de la pasada década un programa de investigación para desarrollar este tipo de armamento.



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