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TARDE DE TOROS

por ALBERTE MORANDEIRA MONZO

El otro día, por casualidad, «zappeando» en una de esas aburridas tardes veraniegas de aquellos que no sentimos especial predilección por la playa, mi mando a distancia me llevó a la primera cadena de televisión española, donde se estaba llevando a cabo una «corrida», de toros, se entiende.

Lógicamente, como persona sensible y con pequeñas dosis de racionalidad que me considero, mi primera reacción fue cambiar de canal para no presenciar el patético espectáculo de ver cómo a un hermoso, a la par que noble animal, como todos los animales lo son, acaba convertido en una morcilla de Burgos. Pero he de reconocer que me llamó la atención la arquitectura de la plaza donde se estaba llevando a cabo «la machada», ya que se trataba de una plaza cubierta de reciente construcción en Donosti, donde por falta de un recinto adecuado para la barbarie (no por otra cosa) hacia tiempo que no se hacían corridas, de toros se entiende.

La plaza es de singular hechura (parezco uno de esos penosos locutores que comentan las corridas, de toros se entiende), con una cubierta semitransparente por donde corren dos rieles de potentes focos, que se encargan de iluminar el recinto cuando ya está entrada la tarde. Vamos, que se parece más a un concierto de U2 en el Wembley que a un coso donde se realiza tan paleto espectáculo.

Una vez saciada mi curiosidad contemplando el edificio, me llamó desgraciadamente la atención que, a pesar de las considerables calvas del graderío, la plaza estaba bastante llena, más desolador todavía tratándose de la tercera del Estado en aforo y aún más si consideramos que era un día especialmente soleado en una ciudad que tiene una de las mejores playas de Europa.

Pero ese día no pude cambiar de canal. Quedaban dos toros por degollar todavía y me dispuse (glubbbbs...) a presenciar el espectáculo. Intenté previo a mirar para la pequeña pantalla, liberarme momentáneamente de todos los prejuicios que sentía hacia tan nauseabundo espectáculo, y no digo esto por los litros de sangre que corren por el lomo del único animal noble e inteligente de todos cuantos hay en la plaza, viendo la cual solo siento una enorme tristeza y pena por convertir tanta belleza en sufrimiento y vísceras destrozadas, nauseabundo por la masa sedienta de plasma que se agolpa en las gradas fumándose un buen habano o semejando una antena parabólica colocándose una de esas horrendas mantillas (prenda con muchas utilidades por cierto, visitar al Papa, al Rey o ir a los toros) encima de sus engominados moños. Me propuse tratar de esquivar las caras del montonazo de fachas trajeados y perfumados (ya puede ser un buen perfume para que no huelan a mierda) que ocupan el aforo, el horror del animal mutilado y tratar de buscar el arte, «la danza», «el juego», que desarrolla el «maestro».

Era el penúltimo toro de la tarde, de su nombre no me acuerdo los kilos y la ganadería tampoco los conozco, porque cogí «la faena» empezada. Me perdí el «entremés» que supone, para los taurófilos, ver cómo el animal aterrorizado busca una salida que lo devuelva al campo con su «panda».

Comencé a ver la lidia en «la suerte de varas». Esto es el emocionante espectáculo de ver cómo a un bonito animal que supera con facilidad los 500 kilos, le es clavado un arpón en los músculos que sujetan el cuello por un abuelete a caballo entrado en carnes, posiblemente torero frustrado con un traje mitad Sancho Panza, mitad «Lago de los Cisnes» seis o siete tallas más pequeño... y todo esto sin que se le caiga la dentadura. Pasen y vean...la sangre ya le llega al toro a la pezuña, qué plasticismo, qué belleza, cómo se mezclan los colores esto es arte (el holocausto judío tuvo que ser el no va más). A veces me pregunto si el caballo (que previamente es despojado de sus cuerdas vocales para que los alaridos no molesten al público, y muchas veces destripado por las astas del toro) teme ser reventado por la embestida del animal o por el peso de la bola de sebo que lleva a sus espaldas. Los puyazos, se realizan en «tres tiempos para mayor goce de la afición» (Oleeeeeeeeeee).Elpúblico abronca al picador cuando se «ensaña» con el animal (pero ¿en que quedamos? Si queréis sangre tomad sangre). Pero que ven mis ojos, el toro muestra síntomas de debilidad y no para de excavar (pitos y abucheos), sólo por que se le ha clavado tres veces una lanza en su cuerpo y ha perdido once o doce litros de sangre, después de que ya le hubieran realizado las torturas más terribles en los toriles (fuera, fuera), el ganadero se limpia los sudores. Ahora el toro hecho un guiñapo, mira para todas las esquinas de la plaza, sus ojos interrogan ¿por qué me hacéis esto?, piensa en el verde de la dehesa, en cómo lucha con sus congéneres para disputarse los favores de una hembra, en el olor de sus crías al nacer, en el sabor de la leche de su madre...sabe cual va a ser su final y está aterrorizado...un río de orina corre por el coso y el torero seguramente lleve pañales.

Ahora viene el tercer acto, vuelve a salir el «diestro» (yo más bien diría el siniestro), que es ese tío con hombreras que es una mezcla del cantante de «Locomía» con mallas y una niña de tres años representando una mariposa en la obra de teatro que cierra el curso escolar. Mueve el capote de un color rosado para que llame la atención del animal (mentira, si no fueran tan ignorantes sabrían que la deficiente visión del toro casi no le permite distinguir colores, el reacciona al movimiento y el único motivo de que sea de ese color es que una de las gordas que hay en el tendido no se desmaye, o se sienta impresionada por los ríos de sangre que salen a borbotones de lo que antes fue un animal). Lo llama («Ven aquí hijo de puta, que te voy a dar leña»), mueve el trapito por aquí y por allá (que yo creo que en realidad es la falda que le falta para que el travestismo sea total), le grita, le toca un cuerno desafiándolo, mete el culo para dentro, el público grita y el animal consume las pocas fuerzas que le quedan. Pero es que aún hay más, uno de los miembros del «ballet» tiene en sus manos dos palos acabados en punta, se acerca a lo que queda del animal (con mucho miedo, porque, como todos los que están ahí, es un cobarde y no le llegan todos los santos de la Iglesia más grande de esta tierra). Para que sea más artístico todo, ahora vamos a disfrazar al toro de erizo, mira que simpático está y que bien le queda la sangre, ¡uy qué bien pega rojo con negro, qué arte! El bicho está desecho, destrozado, humillado, sus movimientos son torpes y lentos. Ahora viene una de las partes más divertidas, jugar a la diana en el lomo del toro. A ver si acierta y el toro cae. A ver, a ver... nada, pincha en hueso. Repetimos... ¡uy, otra vez! Seis veces seis. El toro sigue agonizando. Entonces el tío que se parece a Paco Clavel (maehtro), cambia esa espada por otra que dan en llamar el verduguillo que le provoca al toro una tetraplejia, ya que le secciona la médula espinal. Uno de los ¿subalternos? Le golpea la cabeza insultándolo por su mal comportamiento en el ruedo. El animal es arrastrado vivo, como casi todos, mientras se me salta alguna que otra lágrima y es llevado en ese estado al desolladero, la trastienda de la plaza, donde no hay que andarse con chiquitas porque nadie ve lo que pasa. Y entonces se me pasan por mi calentada cabeza un montón de cosas, poner bombas en las plazas, hacer una escuela para toros y enseñarles cómo cornear al torero primero en los huevos y después directamente en las tripas...

Mi toro ya es historia. Ahora sale otro. Este pasa de los 600 kilos. Es un animal precioso. El que parece una bola de discoteca lo tienta, el toro reacciona y da un resbalón y se rompe la pata. El animal está visiblemente inválido, cojea y casi no avanza. El público abuchea para que devuelvan al toro y saquen otro a los corrales. Invocan al presidente (feliz gilipollas) para que saque el pañuelo verde y de la orden. Cosa que después hará, pero no sin que antes reciba tres buenos puyazos y derrame litros de sangre sobre la arena. Salen los mansos y devuelven al corral a un animal con heridas irreversibles donde acabará la carnicería y el toro será descuartizado como los otros.

Sale un nuevo toro. Este fue sin duda el que más me impactó de todos los que vi. Era un animal muy expresivo y se le veía el terror en sus ojos, corre a ver que quiere el del disfraz, el que agita el trapo sin parar. Lo voltea. El toro mira a todos lados extrañado a la vez que curioso. Pero amigo mío, si latortura previa a su salida a la arena no le llegó, va a saber lo que es bueno ese cabrón. El gordo vuelve a entrar en escena, seguramente con otro caballo o con el anterior bien remendado pues el otro fue duramente castigado por el toro, nada que no se pueda solucionar con estopa... esta tripa para dentro, un poquito de serrín para rellenar el hueco y ya está. El toro mira al caballo con asombro pero no hace caso a las llamadas del gordo. Al final acude para ver que le pasa, ¿por qué grita?... y toma, recibe un puyazo, dos, tres y hasta siete. Brama de dolor, implora perdón por un delito que desconoce haber cometido. El toro recula tratando de escapar, no aguanta el dolor y se le nota (aunque por supuesto el toro no sufre durante la lidia, el animal ha nacido para eso, es arte, si no hubiera toreo el toro desaparecía y bla, bla, bla) la multitud de descerebrados que pueblan la plaza arroja sus almohadillas, el toro avanza hacia las tablas marcha atrás y sus gritos de dolor me entran directamente en el cerebro y me golpean por dentro como un martillo, mi obtusa mente no deja de preguntarse: ¿Por qué? ¿Cómo se puede ser tan hijo de puta para disfrutar de esta tortura?

Sale el banderillero y le clava un par de arpones uno en la grupa y otro directamente en la línea del cuello, el toro se retuerce de dolor y brama una y otra vez mientras recula hacia las tablas donde se realiza este espectáculo propio de la Edad Media o de una civilización subdesarrollada, como cada vez estoy más convencido de que es la nuestra. Al final, el toro corre la suerte del primero que tuve la desgracia de ver, seis pinchazos para dejarlo inválido y así es como entra al desolladero.

Mi primera reacción siempre que veo una corrida de toros, es cambiar de canal. Pero, ¿se puede apretar un botón impasible y darle la espalda a la magna barbaridad que se está cometiendo por unos hombres que entre todos suman media neurona contra un animal en un coso?. ¿Sentiríamos lo mismo si vemos cómo apalean al perro del vecino?

Ese día contemplé la lidia de tres toros y ese día me sentí toro. Lo noté mi hermano, mi compañero. Entendí cada uno de los mensajes que me lanzaba con su mirada, me hermané con su impotencia, su incomprensión, su nobleza.

Ese día lloré por el toro, lloré por mí y por en que se ha convertido la especie a la que desgraciadamente pertenezco.


ALBERTE MORANDEIRA MONZO

<albertemorandeira@hotmail.com>

Agosto del año 2001

albetemorand@eresmas.com

http://communities.msn.es/Antitaurinos

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